FILOSOFÍA DE LOS MASCARONES

Alberto Barranco
Columnas
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Extraídas toneladas de tierra al paso profundo de lo que sería la Línea 2 del Metro, la sorpresa topó con un añejo túnel con punta en la casa de los mascarones y supuesto tope en la Iglesia de Los Santos Cosme y Damián, alimentada la teoría con la conseja de un paso secreto a resguardo del horror por los estragos de la lepra en el cuerpo de una de las condesas del Valle de Orizaba.

La oración nocturna, en solitario.

El palacio veraniego de la familia dueña de la llamada Casa de los Azulejos se distinguía por su fachada singular de barroco novohispánico con figuras de atlantes en sostén de capiteles corintios, cañones, gárgolas y carátidas, en una alegoría de tres balcones enmarcados con pilastras estípite, cuya construcción se atribuye al alarife mayor de la Catedral, Ildefonso Iniesta Bejarano.

Floreció el palacio desde el último tramo del siglo XVII al primero del XIX, con vista hacia la arquería del acueducto de San Cosme, en el que circulaba agua proveniente de Santa Fe.

Muerto en 1771 el séptimo conde del Valle de Orizaba, José Vivero Hurtado de Mendoza, la casona cuyo terreno abarcaba de las hoy calles de Naranjo a la de Ciprés, caballerizas, cocheras, cuartos de taza y plato, corredores y huertas, se quedó a medio construir, dedicándose el espacio a la cría de gallinas.

La estafeta la tomarían los herederos, manteniendo la propiedad hasta 1822 en que sería subastada. En la cadena de relevos entrarían Ignacio Martínez Bernal, Rafael Linares y el sacerdote José Antonio Plancarte y Labastida, sobrino del arzobispo primado de México, Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, abad de la Basílica de Guadalupe y actualmente en proceso de canonización.

Escuelas

El sacerdote le vendió la construcción en 1885, aparentemente para financiar las obras de la Iglesia dedicada a San Felipe de Jesús en lo que fuera la capilla de Nuestra Señora de Aranzazú del convento grande de los franciscanos, en las hoy calles de Madero y Eje Central Lázaro Cárdenas.

En la cauda llegaría ocho años después el Colegio Francés administrado por los jesuitas, asumiéndolo en 1900 el Instituto Científico de México.

La Casa de los Mascarones sería expropiada en 1919 por el presidente Venustiano Carranza, después de dictar una más de las expulsiones de la orden jesuítica de San Ignacio de Loyola, por más que el proceso formal lo concluiría hasta 1940 el presidente Lázaro Cárdenas.

Consagrado su espacio a la enseñanza, convertidas sus habitaciones del sótano en aulas, hasta 1921 sería sede de la Escuela Normal de Maestros, otorgándose la franquicia en 1929 a la flamante Universidad Nacional Autónoma de México, que la destinó como escuela de verano y sede provisional del Conservatorio y Escuela de Música, al tiempo Facultad de Filosofía y Estudios Superiores.

Esta última floreció en el esplendor del debate sobre las corrientes humanísticas. La cátedra, hasta 1954 en que se trasladó a Ciudad Universitaria, la enriquecían personajes de reconocida calidad intelectual o artística como Agustín Yáñez, Julio Torri, Amancio Bolaño e Isla y muchos de los intelectuales que llegaron al país con la migración española.

Entre quienes recibieron enseñanzas en el recinto se anota a Rosario Castellanos, Dolores Castro, Ernesto Cardenal, Ernesto Mejía Sánchez y Jaime Sabines, además de Tito Monterroso, Carlos Yllescas, Emilio Carballido, Luisa Josefina Hernández, Sergio Galindo…

Escritores, poetas, historiadores, artistas en el abanico.

Remodelado el edificio entre 1941 y 1942, se abrió a escena para el debate un salón de actos, extendiendo la oferta de salones clases.

En un nuevo relevo llegarían la Escuela de Ciencias Políticas, la Escuela Nacional Preparatoria número 6 Antonio Caso y en una segunda edición la Escuela Nacional de Música.

Actualmente las viejas piedras, orgullo por décadas de los condes del Valle de Orizaba, escindido su extenso terreno hacia el oriente para construir la Escuela Secundaria número 4 Moisés Sáenz, abrigan al Centro de extensión en cómputo y telecomunicaciones Mascarones y el Centro de enseñanza de lenguas extranjeras.

La joya más preciada del viejo barrio de San Cosme.