LOS ESTADOS UNIDOS SOVIÉTICOS

Juan Pablo Delgado
Columnas
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Estados Unidos

Cada ciclo electoral en Estados Unidos trae consigo una pregunta inevitable: ¿cuál es el papel que debe jugar este país en el mundo? Y nunca falta su complemento: ¿se encontrará en decadencia el Imperio Yanqui? Las respuestas suelen variar dependiendo de quién responda, pero pocas me han parecido tan provocadoras como la del historiador Niall Ferguson en The Free Press: la decadencia de EU es hoy de tal magnitud, que se asemeja a la última etapa de la Unión Soviética.

Como él mismo indica, la premisa parece absurda a primera vista. Pero nos invita a analizar con más profundidad para ver que quizá no sea tan descabellada.

Primero los aspectos económicos. EU podrá no tener la economía disfuncional y centralizada de la URSS, pero sí presenta una periódica insolvencia fiscal que intenta remediar con incrementos de deuda, algo que también afectó a la URSS por décadas. De igual manera, el gobierno en Washington comienza gradualmente a involucrarse en la planeación económica: la “política industrial” de Joe Biden es ejemplo perfecto, puesto que se beneficia con inversión a ciertos sectores de la economía sobre otros.

Ahora el aspecto militar. En su tiempo el Ejército Rojo se consideraba el más numeroso y letal en el mundo… al menos en papel. Y en efecto, ni siquiera pudo derrotar una insurgencia en Afganistán, permaneciendo empantanados durante una década en una lucha estéril y destructiva (¿suena familiar?). Sumado a esto, el Imperio Yanqui podrá tener hoy —por mucho— el mayor presupuesto militar del mundo, pero sus intereses abarcan demasiados escenarios en los más diversos y distantes lugares del planeta, llevando a que su poderío se diluya.

Si uno analiza el tablero geopolítico, por más que presuman los gringos su fuerza militar, no han evitado las escaladas en agresividad por parte de China, Rusia, Irán o Corea del Norte.

Crisis social

Otra característica de la decadencia soviética era su gerontocracia. Ferguson nos recuerda que Leonid Brezhnev tenía 75 años cuando murió; Yuri Andropov era un jovenazo de 68 años cuando estiró la pata; y Konstantin Chernenko subió al poder a los 72 años, pero hecho una piltrafa con toda clase de achaques.

En comparación, el actual presidente Biden tiene 81 años, Donald Trump 78 y Robert Kennedy Jr. siete décadas cumplidas. La edad promedio en el Senado es de 64 años y de 58 para la Cámara de Representantes: no son particularmente unos retoños.

Pero quizás el factor que más preocupa a Ferguson es la crisis social. La debacle moral y espiritual que vivió la URSS en sus momentos finales fue devastadora: la confianza hacia el gobierno y sus instituciones se colapsaron y la sociedad se hundió en la apatía, la hipocresía y el cinismo; llevando a una espiral de suicidios, alcoholismo y depresión.

Hoy Estados Unidos vive una situación similar, donde las “muertes por desesperanza” (deaths of despair), marcadas igualmente por las sobredosis, el alcoholismo, el suicidio y la obesidad, cobran cientos de miles de vidas anualmente. A esto debemos sumar que la presidencia, los bancos, la Suprema Corte, los medios de comunicación y el sistema judicial tienen hoy menos de 27% de confianza. El Congreso apenas llega a 8 por ciento.

Ahora bien, ¿realmente está condenado el homo americanus a seguir el mismo destino del homo sovieticus? Con su descripción desoladora Ferguson parece indicar que sí. Yo no estoy de acuerdo. Concuerdo en que es imposible ignorar las numerosas y muy profundas broncas que enfrentan hoy los norteamericanos; pero a diferencia de la cerrazón y la represión soviética la cultura, la organización política y las libertades que goza EU vuelven a su sociedad mucho más dinámica y con la capacidad de reinventarse, evolucionar y crecer.

Claro que todo esto dependerá de quién gane las elecciones el próximo noviembre. Pero al menos en los discursos y actitudes de los candidatos puedo prácticamente asegurar que Trump profundizaría aún más la crisis, decadencia y división que viven actualmente los Estados Unidos Soviéticos. ¡Venga, Kamala!