EL ENEMIGO DE MI ENEMIGO

“Las viejas certezas ya no sirven y los principios se negocian”.

Lucy Bravo
Columnas
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Casa Blanca

El mundo se encuentra ante un giro geopolítico tan inesperado como inquietante: Estados Unidos, bajo una administración Trump que regresa con ímpetu, está tendiendo puentes con Rusia para poner fin a la guerra en Ucrania, pero más allá del alto el fuego de 30 días que se negocia, el movimiento revela algo mucho más profundo: el realineamiento radical de la política exterior estadunidense con miras a contener a un rival más poderoso, más desafiante y más sistémico que Moscú: China.

Sí, EU parece dispuesto a tragarse el trago amargo de una paz ambigua en Ucrania, incluso a costa de los principios que han definido el orden liberal desde 1945, si eso le permite neutralizar un frente y concentrar recursos y atención en el adversario que verdaderamente le quita el sueño: Pekín.

La propuesta de alto el fuego que EU impulsa —y que Ucrania ha aceptado con reservas— suena, en el papel, como una victoria diplomática. Pero las condiciones son notablemente favorables para Rusia: no hay garantías claras de retirada, ni compromisos concretos de Moscú para respetar la soberanía ucraniana a largo plazo. Lo que sí hay es un reenganche de ayuda militar y de inteligencia a Kiev, acompañado de una carta de gratitud a Donald Trump que parece diseñada para reparar su relación personal con su homólogo Volodimir Zelenski.

¿Y Vladimir Putin? Luego de años de rechazar cualquier cese del fuego, ha dado señales de estar dispuesto a escuchar. Las razones no son humanitarias ni estratégicas en el sentido clásico, sino pragmáticas. Rusia sabe que una tregua podría consolidar sus ganancias territoriales, desactivar temporalmente la presión militar occidental y fracturar aún más la ya frágil unidad de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Mientras Trump le ofrece espacio, Putin gana tiempo.

Triángulo

Sin embargo, para muchos este movimiento equivale a premiar la agresión. Una paz sin justicia solo envalentonará a los autócratas del mundo. Porque lo que está en juego no es solo Ucrania. Lo que se empieza a dibujar es una nueva arquitectura global: EU parece apostar a un eje pragmático con Rusia —por mínima que sea la confianza— con tal de contener la expansión militar, económica y tecnológica de China.

Este nuevo triángulo de poder recuerda a la jugada de Richard Nixon en los setenta, cuando Washington se acercó a Pekín para aislar a Moscú. Hoy el tablero se invierte. Trump parece pensar que puede atraer a Putin con promesas de inversión en minerales ucranianos, una OTAN debilitada y una Ucrania no alineada, para disuadirlo de abrazar con más fuerza al régimen chino.

¿Funcionará? Es una apuesta osada. Algunos dirán que es realpolitik pura. Otros, que es ceguera estratégica. Lo cierto es que el mundo entra en una fase de reacomodo acelerado donde las viejas certezas ya no sirven y donde los principios se negocian a cambio de ventajas tácticas. Estados Unidos no solo busca cerrar una guerra. Está redefiniendo su lista de prioridades. Y en ese reordenamiento la democracia liberal se ha convertido en la moneda de cambio.