DROP, EL VÉRTIGO DIGITAL DEL SIGLO XXI

Francisca Yolin
Columnas
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DROP

Hay películas que entienden su misión desde el primer minuto: entretener con precisión quirúrgica, sin rodeos ni pretensiones. Drop: Amenaza Anónima, dirigida por Christopher Landon, pertenece a ese linaje.

Con un planteamiento limitado en espacio y personajes, pero amplio en tensión, este thriller tecnológico convierte una cena en lo alto de Chicago en una pesadilla contenida que no da tregua. Es cine de atracción, de esos que no buscan reinventar la rueda, sino que afinan su engranaje hasta hacerlo girar con velocidad y estilo.

La historia se centra en Violet (Meghann Fahy), una mujer marcada por un pasado violento, quien tras años de silencio se atreve a tener una primera cita con Henry (Brandon Sklenar).

La velada en el restaurante Palate, suspendido entre rascacielos, comienza con cierta calidez romántica. Pero pronto Violet empieza a recibir extraños mensajes mediante una App llamada DigiDrop, enviada desde alguien en el mismo lugar. Lo que empieza como un juego se convierte en un chantaje: si no obedece, matarán a su hijo y a su hermana. El reloj corre, la amenaza está a metros de distancia, y nadie en el restaurante lo sabe. El encierro no es físico sino digital, sicológico, vigilado por pantallas y cámaras, como un panóptico disfrazado de restaurante de lujo.

Landon deja de lado el humor negro que mostró en filmes anteriores, como Happy Death Day, para abrazar un tono más sobrio sin perder el ritmo. Con un montaje tenso y una paleta visual que convierte lo cotidiano en inquietante, la película se entrega a la lógica de los thrillers de los noventa, pero con un giro contemporáneo: aquí el asesino no lleva cuchillo, sino un teléfono.

Aunque algunas vueltas de tuerca pueden parecer forzadas si se analizan con lupa, el vértigo narrativo es lo suficientemente eficaz como para que eso importe poco durante la experiencia. Como una montaña rusa, lo que cuenta es el trayecto, no el aterrizaje.

Descenso

Fahy es el ancla emocional del filme. Su interpretación mezcla contención, miedo y determinación, y logra que creamos cada decisión, incluso la más inverosímil. En lugar de convertirse en la damisela en peligro salvada por su cita, Drop es su historia: la de una mujer que ya sobrevivió una vez y que ahora debe volver a hacerlo en tiempo real.

Sklenar, por su lado, acompaña con encanto y medida, sin robar cámara. La química entre ambos sostiene los momentos de pausa entre sobresaltos, mientras el guion esquiva hábilmente el cliché del “príncipe salvador”.

Drop no reinventa el género ni pretende hacerlo. Pero en una era de thrillers indecisos y conceptos sobrecargados, se agradece su claridad de propósito y ejecución afilada.

A través de una premisa inspirada en un gesto tan cotidiano como un AirDrop, Landon construye un juego de tensión contemporáneo, donde el terror no viene del bosque ni del sótano, sino del bolsillo.

Puede que el final no sea memorable, pero el primer descenso es, como dice el cartel, una auténtica sacudida.