Pronuncio “poliamor” y hay dos reacciones distintas: o enchuecan la boca, o acercan la barbilla hacia el cuello para abrir los ojos grandes y mirarme con lujuria. O con complicidad.
En el poliamor tienes más de un vínculo sentimental, sexual y/o afectivo, con iguales o distintas jerarquías. Para que sea poliamor los requisitos indispensables son que todas las personas estén enteradas y actúen con consenso y responsabilidad. Las mentiras para conseguir amor y sexo no tienen cabida. Creo que esa es la razón por la que cada vez más personas ven al poliamor como la mejor elección para relacionarse: el hartazgo por los hallazgos desagradables lleva a la búsqueda de alternativas más sanas. Y el poliamor es una de esas alternativas.
Adam Phillips, en su libro Monogamy, escribió: “La infidelidad es tanto problema porque damos por sentada a la monogamia, la tratamos como a la norma. Quizá podríamos tomar por sentada la infidelidad, asumirla con facilidad y sin vergüenza. Entonces seríamos capaces de pensar acerca de la monogamia”.
Es una idea que resulta profundamente disruptiva en sociedades educadas en la monogamia impuesta, pero si nos dejamos de romanticismos y nos retiramos los anteojos de utopía podremos darnos cuenta de que vivimos en un mundo inundado de infidelidades, con dramas y traumas, con millones de vidas dinamitadas por aventuras de una noche, de familias separadas por el desliz de alguno de los progenitores; nos daremos cuenta de que si la infidelidad fuera la norma (que lo es, en un gran espectáculo de doble moral) y la monogamia la excepción, las relaciones serían una elección y no un sacrificio.
Al casarnos no nos volvemos ciegos a los otros habitantes del mundo, no nos crece un cinturón de castidad ni se nos desarrolla asco natural hacia las personas atractivas; seguimos siendo seres deseables y deseantes, habitantes de un entorno cruel, pero muy erótico, en el que el sexo se encuentra desnudo y la mayoría de los individuos que lo habitan no cuenta con la información y las herramientas necesarias para experimentarlo de manera sana.
Natural
Por eso decidí escribir del tema del poliamor como mi nueva obsesión.
La infidelidad es tan castigada por religiones y tribunales de la moral que “no matarás” y “no fornicarás” (ahora ya le pusieron “no cometerás actos impuros”, como si el sexo, el medio por el que la mayoría de los seres humanos estamos aquí, fuera un acto impuro) son mandamientos sucesivos. Porque matar a alguien y coger es igual de grave (claro que aquí no me refiero a la violencia sexual, violaciones, pedofilia y otros delitos que constituyen agresiones extremas). El planteamiento inicial de la socialización del sexo lo lleva hacia lo pecaminoso e incorrecto.
¿Cómo es posible provocar tanta culpa por gozar de una de nuestras manifestaciones humanas más fuertes e imponentes? La exploración erótica debería ser lo más natural, y no tema del que no se habla por miedo a despertar instintos que de todas formas despiertan.
Decidir relacionarse en poliamor es elegir una vida de libertad emocional, sin opresiones ni restricciones. Trasciende al amor y las relaciones de pareja para propagarse hacia la amistad, la familia y el trabajo.
Además, posibilita un autoconocimiento más profundo porque al mirarte a través de los ojos de más personas puedes comprender tu totalidad con diversas perspectivas; perspectivas dinámicas que cambian conforme creces. En el erotismo eso resulta expansivo.
Hablemos de amor, hablemos de sexo, hablemos de emociones y así algún día dejaremos de pronunciar: “Ay, el poliamor”.