Para Donald Trump la política internacional es como un juego de mesa o de cartas, donde quien habla mejor termina viéndose fuerte o proyectando una imagen de confianza frente al resto de los jugadores y el público en general. Pueden ser mentiras, exageraciones o disparates, siempre escondiendo algo. En cierta medida demuestra que los discursos mueven al mundo y sus tensiones.
Últimamente Trump ha hecho mucho ruido con lo que parecen ser apelaciones al “destino manifiesto” o al proyecto imperialista estadunidense de expansión en América.
Ha mencionado a Groenlandia y Canadá como zonas de interés para incorporarlas a Estados Unidos. De la misma manera, el presidente electo anunció que planea hacerse del Canal de Panamá.
Sería un error tomar estas declaraciones como palabras vacías —disparates, sí— porque, a pesar de la ridiculez detrás de tales “deseos” de él y su grupo de seguidores, que incluye al empresario Elon Musk, las tensiones se están volviendo más evidentes. Cualquier intento de tomar Groenlandia por la vía militar —algo que Trump no descartó— traería un conflicto con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), lo mismo que ocurriría con Canadá. De por sí, la política europea tiene que lidiar con el auge de la ultraderecha en su interior.
El único actor beneficiado por la presente tensión entre Estados Unidos y la OTAN es Rusia. Las capacidades defensivas de Ucrania dependen en gran parte del suministro de armamento europeo y estadunidense. El hecho de que sus principales proveedores entablen un conflicto entre ellos afectaría de manera considerable su fuerza militar.
Asimismo, la imagen de un Occidente débil —cuyo principal sostén lo representan Estados Unidos y la OTAN— abriría un panorama en el que China y Rusia adquirirían mayor fuerza en el escenario global. Esta podría ser una de las múltiples interpretaciones en torno de las tensiones que rodean ese anhelo de expansión estadunidense.
Alarmas
La historia no se repite, pero vaya que rima. Para quienes conocen el pasado, los pronunciamientos del próximo presidente de Estados Unidos evocan lo que fue el “destino manifiesto”, la invasión a México y la guerra hispano-estadunidense, por mencionar algunos casos.
Se trata de un proyecto en el que todavía creen varias personas en nuestro vecino país del norte: una sola nación, una sola selección de valores determinados. Disparates o verdaderos objetivos, lo cierto es que detrás de estas ideas existe una ideología o doctrina —como se le quiera llamar— que asoma a lo lejos y difícilmente desaparecen sus anhelos imperialistas.
Por el momento las palabras de Trump resuenan en todos los medios. Algunos no las toman en serio, mientras que otros encienden las alarmas sobre el futuro de Estados Unidos. Si bien la lógica geopolítica actual dista mucho de la de aquellos tiempos, no deja de ser el reflejo de una corriente ideológica que marcó a Estados Unidos en el siglo XIX y cuyas reminiscencias siguen presentes hasta la fecha.
En el contexto actual esas ideas generan extrañeza; sin embargo, evocan un pasado que no pocos estadunidenses miran con orgullo y que sigue vivo en su imaginario como el gran porvenir del proyecto de la nación. El “Make America Great Again” no remite a un solo ayer, sino a la combinación de muchos ayeres y a sus ideales futuros.