EL ENEMIGO QUE NECESITO

“La retórica del nosotros contra ellos”.

Ignacio Anaya
Columnas
Enemigos políticos

Es difícil para muchos reconocer que tienen un enemigo y hablar de una relación antagónica con otra persona. Suele ser algo de lo que rara vez se alardea. Por el contrario, es común presumir de tener varias amistades, pero no tanto de contar con al menos una enemistad. Representan las diferencias que no gustan, aquello inverso al ser de cada uno. Eso provoca una gran incomodidad. ¿Qué uso tiene un enemigo en la vida? Pues bien, para la clase política es valioso: es necesario, casi obligatorio en su conformación.

¿Qué es de un político sin el otro? ¿Sin esos enemigos que le permiten legitimarse? ¿Sin aquellos que se convierten en herramientas discursivas para servir a sus intereses?

Pueblo bueno, pueblo malo; cualquier gobierno necesita de la otredad en su discurso, en su política y en su accionar. Siempre están esos antagonistas, esos grupos que son criticados e insultados constantemente.

No son parte del programa nacional, pero tampoco son desechados, ya que tienen una función especial. Sirven para que el Estado pueda determinarse a partir de una negación o diferenciación muy clara (al menos en apariencia) entre partes. Su manera de reafirmar el yo, sabiendo qué no es ni busca ser.

Ejemplos hay varios y en todas partes del mundo. No hay que escarbar mucho. En Argentina, Javier Milei les dedica peculiares palabras a los comunistas siempre que puede, aun cuando no está muy claro a quiénes se refiere. En la Venezuela de Nicolás Maduro la retórica chavista apunta a un enemigo externo, sea el imperialismo yanqui u otros elementos que perciban internacionales.

Y ya que se mencionó a Estados Unidos no se debe hacer a un lado al expresidente y candidato presidencial Donald Trump, un sujeto lleno de discursos, eso nadie lo niega. Su léxico está cargado de ataques contra un alto número de adversarios. En su caso fue tal vez la prensa su enemiga por excelencia; a tal grado, que popularizó el término fake news hasta el punto de que su uso fuera del país de las barras y las estrellas ya es común.

A conveniencia

Estos individuos hacen del discurso político un acto de reafirmación del poder. Lo llevan a cabo a partir de una ecuación de positivos y negativos: los primeros representados por sus valores, seguidores (o fanáticos), aliados y políticas; mientras que los segundos por una oposición englobada en algo muy simple: aquello en contra del poder hegemónico, sea la prensa crítica, activistas, sociedades civiles o incluso poderes anteriores.

A pesar de no compartir los mismos objetivos entre ellos, ni siquiera ideologías, los grupos opositores son discursivamente acomodados en una totalidad antagonista a conveniencia del Estado. Si no estás conmigo, eres mi enemigo.

Hay un sinfín de maneras de crearse enemigos; es una de las características que hacen tan bélica y complicada a la humanidad. La retórica del “nosotros contra ellos”, de “buenos” y “malos”, es un ejercicio maniqueo para simplificar la realidad política, pero es un arma que adora la clase dirigente. Es un recurso efectivo para movilizar masas y justificar acciones que de otro modo podrían ser cuestionables.