EJEMPLAR POR EJEMPLAR

Mónica Soto Icaza
Columnas
LIBROS

Algunos escritores aumentan el número de lectores; otros solo aumentan el número de libros.

Jacinto Benavente

“Te compran muchos libros porque el sexo vende”; “inventaste el agua tibia”; “si no fueras guapa a nadie le interesaría lo que escribes”; “has llegado a donde estás porque tienes palancas”, etcétera. Así suenan los prejuicios acerca de la situación actual de mi trabajo. Como si vender libros fuera tan fácil como anunciar en tus redes sociales que tienes una creación nueva y la gente irá corriendo a comprarla.

Como si los últimos 23 años, los que llevo dedicándome a publicar mis propios libros, me la hubiera pasado cultivando billetes del árbol del patio trasero de mi departamento en vez de recorriendo el país de feria en feria.

O como otro desafortunado comentario: “Qué padre que tu pareja te ayuda a escribir tus libros”. Como si los últimos 23 años hubiera pasado cada día viendo la tele en vez de investigando, leyendo, viviendo, viajando, conociendo; escribiendo infinidad de notas, avances, reescribiendo, corrigiendo, editando, equivocándome, saliendo adelante.

Quizá lo hago parecer más fácil de lo que es. Quizás esos prejuicios llevan a nulificar mi esfuerzo, lo que he logrado, porque seguramente me ha sido regalado por mi linda cara o porque le abro las piernas a quien me conviene.

Por eso compartiré algunas ideas para quienes creen que dedicarse a escribir y vender libros es sencillo y también para que quienes quieren dedicarse a este noble e incomprendido oficio sepan en qué se están metiendo.

Acto milagroso

Uno Un libro no es un artículo de primera necesidad: si no lees un libro jamás, no te vas a morir (quizá sí te mueras de aburrimiento porque los libros son oasis cuando el mundo se te presenta demasiado mundo).

Dos Según la Caniem en 2022 se produjeron 104.1 millones de ejemplares de libros en México. Para una población que lee 3.2 libros en promedio al año, si alguien adquiere aunque sea uno de los míos ya me parece un enorme triunfo.

Tres Si dejas un celular, unos audífonos, una bocina, una computadora, unos lentes caros, una chamarra de marca conocida, un reloj de lujo, una joya de oro, una cartera, un portafolio o una bolsa de piel elegantes en el asiento del automóvil lo más seguro es que le den un cristalazo para sacarlo; lo probable es que hagas un tremendo coraje por la cantidad de dinero invertido en ello y luego compres uno nuevo. Con los libros no pasa eso. Nadie va a intentar robárselos, los cristales del coche pueden estar seguros; y si ya lo leíste no te va a interesar sustituirlo, sino que irás por un título nuevo (a menos que sea un libro que te haya obsesionado, esa es la excepción que confirma la regla). Y eso que el valor de los libros es mucho más grande que su costo en pesos y centavos.

Cuatro La vigencia de los libros es muy corta. La vida en la mesa de novedades de las librerías es de entre uno y tres meses; si se vendieron bien pasan a los libreros en donde los encontrarán quienes los deseen en específico y ya no quienes van en búsqueda de alguna sorpresa; si no se vendieron bien pasan a la bodega y al centro de distribución para ser devueltos a la editorial. Y fin de la historia.

Así que ya sabes, la próxima vez que amenaces con menospreciar el trabajo de un escritor piensa en el acto milagroso que implica que un libro sin inversiones estratosféricas en publicidad o sin ser de un autor mundialmente famoso llegue a manos de los lectores entre ese mar de publicaciones que cada año nace para proponerte momentos inolvidables.

Los libros viajan a los ojos de quienes los gozarán ejemplar por ejemplar.