No hay duda de que estamos ante un inicio de sexenio que resalta por la amplitud de sus propuestas y lo ambicioso que resulta en sus grandes acciones proyectadas. Sin embargo, cualquier acción implica un movimiento interno de gobierno que le proporcione soporte y suficiencia de recursos para llevarla a cabo.
El tema fundamental para el buen funcionamiento de todo país versa en que el verdadero pilar y motor de operación lo constituye una economía sana, eficaz y en crecimiento.
Sin duda, el reto que recibe la doctora Claudia Sheinbaum es enorme ante el diagnóstico que se tiene de tal renglón. Desde los severos frenos que impuso la pandemia hasta la necesidad de coberturas para becas y crecimiento poblacional, la economía mexicana tendrá que apuntar a un desarrollo positivo obligado para tener la suficiencia operativa que requiere un plan como el de la presidenta de México.
En primer término, habrá que aludir al ritmo y nivel de crecimiento que se ha tenido en el pasado sexenio. Si bien es cierto que las condiciones de contracción que se tuvieron en la pandemia fueron un factor retardatario, el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) bien podría calificarse como “moderado”. Así, se prevé que la finalización de 2024 culmine con un avance de entre 1.5 y 2.3% del PIB. Además, hay que tomar en cuenta que en este año solo se tuvieron crecimientos interanuales entre trimestres de 1.8 y 1%, mientras que para tener un piso aceptable de operación México tendría que crecer a un ritmo cercano a 2.7% para el próximo año.
Resortes
Aunado a lo anterior, para que además de un crecimiento suficiente este se refleje en la población, tendremos que prestar atención especial al control de la inflación. Por la alta volatilidad de alimentos de la canasta básica se ha presionado la cifra inflacionaria alrededor de 5%, cuando la cifra objetivo se ubica en 3%, lo cual indica que aún hay que promover esta reducción generalizada.
Y, por supuesto, tendremos que estar muy pendientes del comportamiento del mercado laboral, ya que desde ahí se tendrá uno de los más importantes resortes de crecimiento y productividad. Si bien es cierto que la tasa de desempleo se mantiene en niveles bajos (3%), también es verdad que no se ha podido abatir el gran peso que tiene la informalidad para efectos recaudatorios. Se estima que 50% de la población laboral se encuentra en la informalidad. El reto es generar los incentivos suficientes para que exista una notoria incorporación a la formalidad e impactar de tal forma de manera positiva en el sistema tributario.
Ante la declaración de que “no se aumentarán impuestos” y la intención también declarada de que no habrá una reforma fiscal profunda, este tipo de acciones recaudatorias son las visibles posibilidades.
México tendrá que prever que todo esto puede encontrar tormentas en el camino; la incertidumbre de los mercados internacionales nos podría sumergir en aguas turbulentas para los primeros meses de la gestión de la presidenta. Lo anterior ante la expectativa que generan las elecciones en Estados Unidos y la posibilidad del escalamiento del conflicto en Oriente Medio. Además, los mismos mercados estarán muy pendientes de la presentación del primer presupuesto de la nación, el cual por obligación tendrá que promover la reducción del déficit fiscal, que se estima culminará el año en una cifra de 5.9%. Si se quiere sanear el indicador, se tiene que llegar a 3% deseable.
Y coronando toda ruta económica tendrá que estar la certeza, certidumbre y seguridad que se deberán apuntalar hacia los inversionistas. Sin tener estas como condiciones fundamentales, los grandes provechos de la inversión podrían migrar.
Hay un camino programático que se antoja ambicioso, pero a la vez con grandes horizontes; primero lo primero: una economía para el país vigorosa y funcional.