La inauguración conlleva una cierta teatralidad: se trata de un conjunto de dispositivos, reglamentos y procedimientos estructurados que deben cumplirse para presentar un mensaje que refleje determinados objetivos, fines e incluso ideologías.
En el ámbito político las inauguraciones representan momentos clave en que las y los gobernantes pueden exhibir sus logros y proyectos ideológicos —a menudo de corte nacionalista— para legitimar su razón de gobernar. No se trata únicamente de proveer un servicio a la sociedad, sino de proporcionar un discurso que respalde su posición en el poder.
El acto de inaugurar es, sin duda, un fenómeno global. En todos los países la clase política se hace presente, ya sea de forma directa o a través de representantes, en diversos niveles. No siempre se cuenta con la presencia de la figura presidencial en cada inauguración; a veces basta con el envío de alguien que personifique y transmita el discurso político que se busca comunicar.
¿Se puede, entonces, pensar históricamente este fenómeno? ¿Existe una historia detrás de las inauguraciones? Estas han figurado a lo largo de la trayectoria humana con distintos fines y motivos, no son actos carentes de lógica. Por supuesto que a lo largo del tiempo no se han mantenido estáticas; abordarlas desde el pensamiento histórico implica reconocer sus quiebres, diferencias, rupturas y patrones en las diversas temporalidades en que han ocurrido. Están llenas de las demandas, preocupaciones, ideologías e imaginarios de las sociedades de su época. Cada inauguración obedeció a un contexto específico, aunque, al ser una actividad humana, ciertas esencias se escapen de su control.
Agendas
Durante el Porfiriato la modernidad y el progreso se posicionaron como los estandartes de la nación mexicana. Para demostrar que México formaba parte del escenario moderno era necesario concretar proyectos que lo pusieran en evidencia. Entre ellos destacaban las obras públicas: estructuras que debían evidenciar los avances tecnológicos, científicos y políticos del periodo. Los hospitales, por ejemplo, aunque ya existentes, se incorporaron a la visión moderna de una medicina más accesible para las personas menos afortunadas, quienes antes debían valerse de métodos considerados “premodernos” u obsoletos según las percepciones de la época.
Las inauguraciones de hospitales teatralizaban, pues, los logros del desarrollo nacional.
En 1897, el periódico El Xinantecatl publicaba una nota que destacaba la importancia de la salubridad en las sociedades modernas, tema que según el autor era estudiado por “los pueblos más civilizados de la tierra”. El texto recordaba con orgullo las festividades que en su momento acompañaron la inauguración del departamento de barracas en el Hospital Civil, vinculando así el discurso de la modernidad a dicho acto.
Este fenómeno sigue vigente hasta la actualidad. La inauguración de los Juegos Olímpicos de París 2024 generó numerosos comentarios, elogios y críticas por doquier. En el fondo el gobierno francés utilizó el evento para posicionarse sobre ciertos temas de interés social, especialmente ante el auge de la extrema derecha en Europa.
Las inauguraciones ofrecen una ventana hacia procesos más complejos; son agendas políticas —no me atreveré a decir buenas o malas— que sus organizadores buscan condensar y transmitir para mostrar su posición ante el mundo. Tal es el teatro que subyace al acto de inaugurar.