Existen conceptos que utilizamos de manera cotidiana, pero cuyo origen rara vez cuestionamos. Uno de ellos es el “neoautoritarismo”, un término que se ha vuelto común para describir a los regímenes dictatoriales que han surgido en las últimas décadas alrededor del mundo.
Por eso me llamó la atención un artículo del escritor Chang Che en The New Yorker (The Father of Chinese Authoritarianism Has a Message for America) que nos explica cómo “neoautoritarismo” es un concepto relativamente nuevo y que de hecho puede atribuirse a una persona en particular: Xiao Gongqin, hoy un académico retirado que vive en Shanghái.
La historia detrás de este término es reveladora. Después del desastre económico, político y humanitario provocado por el régimen de Mao Zedong (1949-1976) China necesitaba urgentemente un nuevo rumbo para salir adelante. El desafío consistía en establecer un nuevo sistema político que evitara el mesianismo demencial de Mao, que mantuviera el control político sobre su población, pero que al mismo tiempo permitiera el crecimiento económico. Esto llevó a Deng Xiaoping a iniciar un proceso de apertura y liberalización económica, pero sin acercarse a la apertura democrática de Occidente.
Fue en este contexto cuando Xiao halló inspiración en el éxito logrado por los gobiernos autoritarios de Corea del Sur y Singapur, que habían encontrado el delicado balance que ahora buscaba Xiaoping: crecimiento económico sin democracia.
De esta manera, acuñó el concepto de “neoautoritarismo” en una conferencia que impartió en la década de 1980, sosteniendo que en momentos de grandes y profundas transformaciones las sociedades necesitan de un líder fuerte para estabilizar el caos pero sin abrir inmediatamente la puerta a elecciones libres u otros derechos civiles o políticos.
Lección
Sin embargo, su planteamiento contenía una premisa clave: Xiao creía que una vez superada una etapa de crisis el modelo autoritario de China debería comenzar a relajarse gradualmente para transitar hacia una era democrática, precisamente como ocurrió en Corea del Sur y Singapur.
La historia nos demuestra que esto no pasó. En 1989 el gobierno chino aplastó violentamente las protestas estudiantiles en Tiananmen que demandaban más libertades y desde la llegada de Xi Jinping al poder en 2013 China ha experimentado un regreso al mesianismo, al totalitarismo y a un culto a la personalidad del Gran Líder.
El propio Xiao acepta que existen peligros y contradicciones en su teoría. Aunque sigue creyendo que el autoritarismo puede ser un vehículo hacia la democracia, reconoce los peligros inherentes de depositar tanto poder en un solo individuo. El gran dilema, dice él, es que no hay garantías de que el líder autoritario elegirá el camino correcto o actuará con sabiduría. Y claro, entre la teoría y la práctica hay un largo camino, más cuando se debe tratar con humanos falibles, ignorantes o simplemente corruptos.
Estos errores en la teoría de Xiao han ocurrido también fuera de China. Regímenes de “neoautoritarismo” como el de Vladimir Putin comenzaron siguiendo la visión de Xiao antes de descarrilarse. Recordarán que Rusia entró en una época de caos y turbulencia tras el colapso de la Unión Soviética, para después encontrar a un líder autoritario (Putin) que logró restablecer el orden. Pero en vez de abrir una ventana hacia la democracia, hoy Rusia es una cleptocracia sin posibilidad de reforma. Algo muy similar podría estar ocurriendo en Estados Unidos con la llegada de Donald Trump.
La lección aquí es clara: el autoritarismo nunca debe ser visto como un puente hacia la libertad. Porque aun cuando podamos citar un puñado de países dictatoriales que lograron transitar hacia una democracia, el autoritarismo generalmente representa un camino que, una vez recorrido, rara vez permite dar marcha atrás.
Así que para todos los que buscan a un “hombre fuerte” que les solucione las broncas de su país solo queda recordarles: mucho cuidado con lo que desean.