El último filme de Wim Wenders nos sumerge en un mundo silencioso y contemplativo durante sus primeros diez minutos, donde no se pronuncia ni una sola palabra.
La historia sigue a Hirayama —interpretado magistralmente por Kôji Yakushi—, un encargado de baños en Tokio cuya rutina diaria se ve perturbada por la llegada de Takashi, su colega más joven y bullicioso.
A través de la mirada de Hirayama, Wenders nos lleva a explorar la intersección entre la naturaleza y el urbanismo en Tokio, revelando la armonía única entre ambos elementos.
El personaje de Hirayama, en apariencia taciturno, revela su riqueza interior a medida que avanzamos en la trama. A pesar de su rigurosa rutina descubrimos sus conexiones con diversos personajes en su entorno, desde el dueño de un restaurante local hasta un apasionado librero.
Wenders utiliza la maestría de Yakushi para transmitir la gentileza y la serenidad de Hirayama, destacando su conexión con la naturaleza a través del cultivo de plantas y la fotografía de árboles. La cinematografía de Lustig captura la apasionante relación entre la naturaleza y la ciudad, y proporciona una base visual impresionante para la película.
La cinta se desarrolla con un ritmo frugal, contenido, que revela poco a poco fragmentos de la vida de Hirayama y sus interacciones con el mundo que lo rodea. La banda sonora, inspirada en los gustos musicales de Wenders, es una joya que incorpora clásicos del rock de artistas como The Velvet Underground y Nina Simone, conectando a Hirayama con el mundo exterior y revelando matices de su personalidad más allá de su ordenado departamento.
Reflexión
A medida que la trama avanza, encuentros con personas del pasado de Hirayama sugieren capas ocultas en su vida, pero el enfoque poético y la maestría de Wenders dejan espacio para la interpretación del espectador.
La película culmina en una conmovedora secuencia final, una toma extendida que perdura más allá de los créditos, consolidando la habilidad actoral de Kôji Yakushi. Su capacidad para transmitir emociones con una sola mirada o movimiento del rostro le valió merecidamente el premio al Mejor Actor en el Festival de Cine de Cannes.
Más que una película, Días perfectos es una experiencia de reflexión y apreciación de la vida cotidiana en Tokio.
Wim Wenders, con su enfoque poético y técnica extraordinaria, nos invita a detenernos y contemplar los detalles de nuestro entorno, recordándonos la importancia de la conexión con nuestra existencia.
A través de la historia de Hirayama la película nos enseña a abrazar el presente, incluso cuando enfrentamos dificultades o verdades desagradables.
Esta obra maestra cinematográfica, con su reverencia por la belleza de lo mundano, resalta la importancia de vivir plenamente en un mundo tan agitado y estimulante como el nuestro.
¿Qué podría ser más perfecto que eso?