Donald Trump lo llamó el “Día de la Liberación”. Más bien debió calificarlo como el de la esclavitud por el cobro de nuevos impuestos. Cualquier impuesto es un despojo que el gobierno hace del trabajo o consumo de una persona. Equivale a convertirnos en esclavos, aunque solo sea parcial o temporalmente.
El presidente de Estados Unidos quiere evadir esta responsabilidad diciendo que los “aranceles” no son impuestos, pero un arancel es un impuesto que se cobra a un producto de importación. Es particularmente nocivo porque busca privar a los consumidores del acceso a productos de mejor calidad y más baratos.
Es falso, por otra parte, que los aranceles los pagan las empresas extranjeras y no los consumidores nacionales. “Los negocios no pagan impuestos —afirmaba Ronald Reagan, a quien Trump dice admirar sin entender sus ideas—. Pero no se equivoquen, a los negocios se les cobran impuestos, tanto que nos estamos quedando fuera de competencia en los mercados internacionales. Pero los negocios deben trasladar sus costos de operación, que incluyen los impuestos, al consumidor en el precio de los productos. Solo la gente paga impuestos, todos los impuestos”.
Este conocimiento fundamental de la economía que exhibía Reagan no lo tiene Trump, quien piensa que con el cobro de impuestos puede “hacer grande otra vez a Estados Unidos”. La economía estadounidense ya es la mayor del mundo y una de las más prósperas porque ha sido una de las más abiertas.
El país ha tenido en las últimas décadas las tasas de crecimiento más elevadas de los países desarrollados. Los nuevos impuestos que está cobrando Trump tendrán consecuencias muy negativas para las economías del mundo, empezando por los socios comerciales más importantes de Estados Unidos, como México y Canadá, pero también para los habitantes de la Unión Americana, que tendrán que pagar más por muchos productos y vivir en un país con menor capacidad de crecimiento.
La idea de que los aranceles harán más prósperos a los estadunidenses no tiene ningún sustento. El presidente argumenta que el déficit comercial es un problema cuando es más bien un síntoma del vigor de la economía. Ese déficit comercial se compensa con los flujos de servicios y capitales, y por eso el dólar mantiene un valor razonablemente estable. Si el déficit comercial estadunidense desapareciera por decreto, como quiere Trump, el valor del dólar se dispararía y volvería demasiado caros los productos estadunidenses, lo cual haría que el déficit apareciera de nuevo.
Consecuencias negativas
Trump, sin embargo, no entiende qué es un déficit comercial. No comprende que yo o casi cualquier otra persona tiene un “déficit comercial” con su supermercado porque le compra los productos que utiliza cotidianamente, pero en la enorme mayoría de los casos no le vende nada.
El presidente ha dicho muchas veces que si Canadá quiere evitar los aranceles debería convertirse en el 51 estado de la Unión Americana; si esto ocurriera, el déficit ya no existiría formalmente, pero Canadá seguiría vendiendo y comprando lo mismo del resto de la Unión Americana. Un déficit por sí solo no es relevante en una economía.
Lo que sí nos dice la historia es que las guerras comerciales, como la que ha empezado Trump, tienen consecuencias muy negativas. Estados Unidos lanzó una en 1930 con la Ley Arancelaria Smoot-Hawley. El resultado fue la Gran Depresión de los años treinta y el fortalecimiento de los movimientos fascistas en Italia y Alemania. Quizá eso sea lo que hoy quiere lograr Trump.