LA DEMOCRACIA BAJO PRESIÓN

“Propensiones autócratas se han instalado en democracias liberales”.

Javier Oliva Posada
Columnas
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Democracia presión

Desde hace algunos años en numerosas sociedades liberales en el mundo se vienen observando cambios que apuntan hacia tendencias centralizadoras del poder político y sus efectos negativos sobre el pluralismo, la tolerancia y las libertades cívicas.

Por supuesto que en nuestra región latinoamericana tenemos varios ejemplos, que arrancan hacia el inicio del siglo XXI con los gobiernos de Hugo Chávez en Venezuela y de Evo Morales en Bolivia, aunque también en Perú, Brasil, Ecuador y Argentina, entre otros, dieron y dan muestras de que la sociedad y el sistema político están dispuestos a recorrer la ruta del autoritarismo.

Qué decir de las propensiones en una de las democracias fundadoras de la era moderna: Estados Unidos, a partir de la primera presidencia de Donald Trump (2017-2021).

En esa misma tendencia encontramos los recientes resultados electorales en Alemania (23 de febrero pasado), donde la ultraderecha racista y xenófoba de Alianza por Alemania (AfD) fue el segundo partido político más votado, lo que obligó a un nuevo pasaje de la “gran coalición” entre los Partidos Demócrata Cristiano y el Socialdemócrata, para evitar que aquella formación fuera incluida en la estructura del nuevo gobierno.

Sin embargo, el mensaje está enviado: las tendencias autoritarias y, por tanto, contrarias a los valores de la democracia, cuentan con una amplia base ciudadana.

Claro que en este breve análisis no cuentan casos como los de Rusia, China o Corea del Norte pues, aunque comparten las tendencias autoritarias, no proceden de la dilatada experiencia de sistemas electorales competitivos.

Tentaciones

Como lo señala en su libro Autocracy, Inc. (2024) la prestigiada analista Anne Applebaum, las propensiones autócratas se han instalado en las democracias liberales por dos principales razones: la primera tiene que ver, de forma directa, con la ineptitud de los gobiernos en funciones durante periodos prolongados. Esto implica acrecentar de manera sistemática la insatisfacción de la ciudadanía, así como la falta de opciones para el desarrollo del país en cuestión. La segunda, con la emergencia de liderazgos, no importa la orientación ideológica, que ofrecen soluciones entendibles, sencillas, pero que requieren de la modificación —cuando no de la subordinación— del marco jurídico y de las instituciones.

Las tentaciones autoritarias se anidan entonces para impulsar mayorías absolutas o de mayorías aplastantes, sobre todo en las representaciones de los poderes legislativos, donde las disidencias se perciban como auténticas anomalías; de ahí que la proyección y difusión de la imagen y personalidad del líder sea el mejor vehículo para aplicar las medidas que la población espera. El carisma del gobernante es un recurso formidable para avasallar y hacer a un lado cualquier expresión de disidencia interna o externa, nacional e internacional.

En la mayor parte de los casos aquí citados, sobre todo de Europa y Estados Unidos, sus democracias se ven sujetas a presión por el tema de la agenda migratoria. Italia, el mencionado caso de Alemania, España, Holanda y Hungría, son referentes de cómo la dinámica de la llegada de cientos de miles de refugiados provoca reacciones racistas y xenófobas. Por ejemplo, negarles a los migrantes servicios básicos de salud o educación, ya no se diga vivienda. Lo mismo sucede entre Estados Unidos y México.

El reto es muy complejo, pues al tiempo de preservar los valores y principios de la democracia, también se construyen opciones para el fortalecimiento de las identidades de las sociedades huésped.

La continuidad de la convivencia social se encuentra, así, en momentos de incertidumbre en el corto plazo.