DEL ITURBIDE AL SAVOY

¡Oh-la-la!

Alberto Barranco
Columnas
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Opacada, reducida la fuerza anímica del presidente Pascual Ortiz Rubio al impacto del rozón de bala en el rostro en la antesala de su estreno en el Palacio Nacional, mote al calce de Nopalito, la sorna ubica como su obra máxima de infraestructura el paso subterráneo de la avenida San Juan de Letrán, en conexión a las puntas de las aceras de la calle 16 de Septiembre.

El escarnio lo bautizó como “pasaje del Nopalito”.

La minúscula ruta en salvaguarda de ser atropellado la escoltaban locales comerciales cuyo atractivo eran objetos ajenos a los escaparates. Así, en su momento, las bandas y moños para esmoquin o los “yugos” que ceñían las puntas del cuello de la camisa a caballeros de corbata, a la par de sombreros de fieltro, organillos de boca y coloridas bufandas.

A la ola llegaría en 1943 el pasaje Wong, con opción de entrar por 16 de Septiembre y salir en San Juan de Letrán. Una L con imán en el cine Savoy, refugio de la “pinta” preparatoriana al atropello de la clasificación para adultos de las cintas, cuya popularidad obligaría a bautizar con su nombre al conjunto, aderezado con lencerías, camiserías, zapaterías… y la tradición de los mazapanes Toledo.

La ruta se había extendido con el pasaje Iturbide, de la calle Gante a la de Bolívar, incrustado en un edificio emblemático del art decó propiedad de Francisco Iturbe, en cuya escena relumbraba la Taberna Libraria, con atención personal del escritor conservador Jesús Guiza y Acevedo. Al calor de las tertulias vespertinas nacería en 1936 la editorial Polis y al año siguiente la revista Lectura, que congregaría las plumas de José Vasconcelos, Justino Fernández, Carlos Pereyra, Salvador García Granado y el propio promotor.

Al convite de ideas y discusiones de libros de última aparición llegaban también el pintor Gerardo Murillo, Dr. Atl; Agustín Arroyo Chávez, Diego Rivera y un estudiante de leyes llamado Miguel Alemán Valdés.

Vertedero de sabiduría para unos; manantial de mentiras para otros.

Apuestas

Entre las joyas literarias de la oferta en extensión con la camisería Bolívar, cuyo lema era “La tradición no tiene precio”, estaban “las construcciones franciscanas del siglo XVI en la Nueva España” y Bosquejos, de Vito Alessio Robles.

En economía del cruce de las calles Guatemala a Donceles llegaría el pasaje Catedral, con doble apuesta: liturgia y sanidad. De casullas, albas, estolas y sotanas, cruzando por custodias, cáliz e imágenes religiosas y anexos del catecismo del padre Ripalda, la Biblia de Jerusalén e historietas con la vida de santos, al herbolario mexicano, en combate a todos los males. El cuachalalate para la gastritis; el boldo para el estómago y los cólicos biliares; la cuasia para los nervios o el zaculxóchitl para el acné. Expedición de olores y primores con intrusión intermedia de objetos esotéricos.

En el ramillete del Centro Histórico el pasaje América uniría las calles Madero y 5 de Mayo, ahora con escalas para numismáticos y filatelistas: monedas de plata, cobre y zinc, billetes con antecedente en bilimbiques, y timbres de correo trocados en codiciados tesoros, con escala en artesanías, artículos de belleza, cremas y bisutería…

Si la colonia Roma anexó a su causa el decimonónico pasaje Parián de la calle de Álvaro Obregón, refugio de artistas, políticos e intelectuales, vinaterías, cafés, aceites balsámicos, ropa, cobijados los locales por un domo de estilo francés, Polanco entró a la competencia moderna con el pasaje de su propio nombre.

Nacido en 1882, con escudo de armas en la fachada, el primero abrigaría a integrantes de la corriente literaria conocida como estridentista de los veinte del siglo pasado, extendiendo la página con el emblemático Café de Nadie.

El segundo, originalmente Chapultepec, se ubicó al resguardo de cuatro edificios departamentales diseñados por el arquitecto Francisco Serrano, donde alguna vez viviera el matrimonio de Pedro Infante y Lupita Torrentera, y el pintor José Chávez Morado instalaría su estudio, donde posó la diva María Félix.

Ahí se filmarían escenas de la película María Eugenia colocadas en una azotea la propia Doña y Manolita Saval.

La moda, con alargamiento gigante en el pasaje Pino Suárez, cruce de usuarios del Metro, nos llegó de París.