Para poder captar el interés de alguna galería, mostrar la obra en un museo o llamar la atención de algún coleccionista a menudo los artistas necesitan, además de su trabajo, un nutrido currículum que lo acompañe, soporte y justifique. Y si se trata de un artista que inicia su vida profesional es común que se encuentre con la paradoja de que para tener currículum necesita exponer y para exponer necesita tener currículum. Así, todo artista emergente se enfrenta al dilema de tener que invertir una gran cantidad de recursos y de echar mano de toda su astucia y relaciones personales para siquiera empezar a mostrar su trabajo.
Desde hace algunas décadas la noción de factura y calidad artística se ha ido haciendo más y más esquiva. Los parámetros para considerar una obra lo suficientemente buena para ser mostrada, legitimada y coleccionada se redefinen constantemente. La obra en sí misma no necesariamente es determinante para el éxito de un artista. Pareciera que, a falta de criterios definidos, de seguridad en el juicio propio, de capacidad de discernimiento o de suficiente distancia temporal, el currículum resulta uno de los pocos factores objetivos para valorar el trabajo de un artista. Un currículum bien estructurado es testimonio de la trayectoria profesional de un artista y provee información racional y tangible que da confianza y alienta a coleccionistas e instituciones a apreciar e invertir —o no— en un artista.
No obstante, aun habiendo logrado, casi milagrosamente, conformar un currículum desde dichas dinámicas, este tampoco implica necesariamente un peldaño hacia una situación mejor ni garantiza un sustento, la aceptación en el medio dominante del arte o la inclusión en un canon. Hay muchos artistas de sobra reconocidos y con una gran trayectoria curricular, que no tienen mercado o legitimidad en ciertos círculos. Si en otras profesiones un currículum es una herramienta para potencialmente conseguir un trabajo, en el medio artístico no existe el equivalente a ofertas laborales que puedan ser cubiertas con los méritos relatados en una hoja de vida. Contradictoriamente, si un buen currículum no significa el acceso directo a galerías y museos, generalmente es necesario tenerlo para quienes exponen ahí. Es decir, si un currículum en principio no parece tener mucha utilidad, al mismo tiempo no tenerlo hace que un artista sea descartable.
Prueba del tiempo
A su vez, hoy en día se da el caso y cada vez más, de artistas que no tienen un gran currículum —o ninguno en lo absoluto—, pero tienen una fuerte presencia en redes sociales. Hay quienes han sido descubiertos de esta manera, obteniendo representación de galerías importantes y catapultando sus carreras sin necesidad de una trayectoria previa. O bien hay quienes, sin haber tenido nunca una exposición individual o cuya obra nunca ha tocado las paredes de un museo, han encontrado una audiencia y un mercado masivo entre sus seguidores; tienen equipos de relaciones públicas y agentes de prensa, tratos millonarios con marcas y la gente los reconoce cuando van por la calle. Algunos críticos se han referido a este fenómeno como influencer art y, en cualquier caso, pone de relieve el hecho de que un currículum sólido no es el único camino ni el más efectivo cuando de mostrar la obra y vivir de ella se trata.
Cabe preguntarse entonces, ¿es útil o necesario trabajar para agregar otra línea al currículum? ¿En qué instancias y contextos tiene importancia el currículum? ¿Qué tiene que enumerar para garantizarle al artista legitimidad o, por lo menos, un sustento básico? ¿Qué es más efectivo: un sólido currículum institucional, el número de seguidores en redes sociales, tener las relaciones adecuadas o un mercado boyante?
La prueba del tiempo quizá revele que el mejor currículum, a pesar de todo, siempre será la obra.