LAS CRISIS INVISIBLES

Juan Pablo Delgado
Columnas
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CRISIS INVISIBLES

Los seguidores de esta columna sabrán que llevo un rato obsesionado con descubrir por qué los tiempos actuales son particularmente caóticos e inestables. Hasta ahora he establecido tres razones: que todas nuestras vidas (y por ende la historia humana) están determinadas por eventos arbitrarios (flukes); que entre más interconectado el mundo, mayor la inestabilidad que causan los flukes; y que a mayor inestabilidad mayor el incremento de los conflictos internos y externos de los países.

Hoy quiero profundizar en la gravedad de este último punto: ¿qué tan grave es el incremento del conflicto a nivel global? Para responder esto recurriremos a un reciente texto del periodista David Wallace-Wells en The New York Times, donde se nos presenta un rompecabezas global sumamente complejo y dantesco.

La primera pieza es terrorífica: de acuerdo con el Armed Conflict Survey que publica el International Institute for Strategic Studies, en 2023 se registraron ¡183 conflictos en el mundo!, la cifra más alta en los últimos 30 años.

De estos 183 conflictos conocemos los más famosos (mejor dicho, infames): la guerra en Ucrania y en Palestina. Pero Wallace-Wells indica que estos son apenas el inicio de nuestros problemas.

Sumado a esto, el Uppsala Conflict Data Program (proyecto sueco que ha recopilado datos sobre conflictos por casi 40 años) indica que las muertes por las guerras ascendieron a 238 mil en 2022, casi el doble que las de 2021 y un incremento de más de seis veces desde 2011; la violencia no-estatal (entre grupos armados no gubernamentales, como pandillas o el narco) se ha más que triplicado desde 2007; y la violencia del gobierno contra civiles se ha más que duplicado desde 2009.

Tragedias

Lo que estas cifras demuestran es que más allá de Gaza o Donetsk el mundo entero se está carcomiendo por la violencia. Sin embargo, muchos de estos conflictos rara vez entran en los ciclos noticiosos, opacados por las guerras más “vistosas” y conocidas.

Basta con poner la vista en la región del Sahel en África, donde hoy existe un “cinturón de golpes de Estado”. Seis países entre el Atlántico y el Mar Rojo que han sufrido once intentos de derrocamientos en apenas los últimos cuatro años; ocho de los cuales fueron exitosos —Guinea, Burkina Faso (x2), Chad, Níger, Mali (x2) y Sudán.

No tenemos que salir del Sahel para encontrar en Sudán la mayor crisis humanitaria del planeta (“pesadilla humanitaria”, lo llama la ONU), donde una guerra civil ha cobrado la vida a más de 10 mil individuos y desplazado a casi ocho millones. Cerca de ahí, en la República Democrática del Congo, casi siete millones de civiles han abandonado sus hogares por un conflicto civil interminable. En Etiopía la guerra interna de los últimos años dejó como herencia más de 600 mil personas muertas. En la República Centroafricana se estima que 6% de la población pudo haber muerto por violencia interna. Hacia el este, el conflicto en Yemen ha cobrado casi 250 mil vidas y otros 20 millones de civiles están en necesidad urgente de ayuda humanitaria.

Todas estas crisis representan tragedias invisibles que suelen no generar titulares. Y no se trata aquí de comparar tragedias o determinar cuál merece más atención; sino de comenzar a ver el mundo con nuevos ojos y reconocer que, en efecto, estamos viviendo una era extremadamente violenta.

¿Se puede hacer algo al respecto? De hecho, sí, pero es improbable. Porque según Wallace-Wells uno de los factores que más exacerba estos conflictos es el calentamiento global; evento que —según predicciones— continuará empeorando por muchos años.

Esto nos deja con una ecuación más compleja: si los flukes y la interconexión global son la base de muchos conflictos globales, debemos agregar entonces un multiplicador: la escasez de recursos, la incapacidad de adaptación a un clima cambiante y la fragilidad institucional en grandes regiones subdesarrolladas.

Todas estas crisis suman a la inestabilidad y al caos que vemos hoy a nivel mundial: crisis que por más invisibles que sean para nosotros, no dejan de ser reales.