CORNAMENTA Y NOVELA (1)

“En mi búsqueda de respuestas me obsesioné con la infidelidad”.

Mónica Soto Icaza
Columnas
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INFIDELIDAD

Primera parte: la chamarra y la prima

Pasé de ser esposa engañada y escritora frustrada a ser mujer libre y autora best seller. Todo por una cornamenta y una novela.

El suceso inició el 10 de mayo de 2009, cuando la sospecha de que mi esposo me estaba poniendo el cuerno se convirtió en certeza (¡feliz Día de las Madres!). La amante de mi marido, quizás harta, le dejó los calzones en el bolsillo de la chamarra para que la esposa embarazada se los encontrara; y sí, con todo y panza de cinco meses, me los encontré.

Al principio me quedé pasmada. No sabía dónde meterme, cómo reaccionar, si volver a dejar la chamarra donde él la había puesto en vez de jugar a la buena esposa que acomoda cada cosa en su lugar, o colgarla en el closet como fue mi primera intención y hacerme la desentendida. Decidí devolverla a la silla del comedor como si de nada me hubiera enterado, acosté a mi bebé de un año, al que mantuve despierto para saludar a papá, y luego me metí a la cama yo también: si me quedaba dormida quizás al despertar el asunto se sentiría como un mal sueño. Aunque fuera una mala realidad.

Como es lógico, no pude dormir. Él subió con la chamarra, la colgó en el closet, se acostó junto a mí. No me dio ni un besito de buenas noches que intentara simular que había estado con otra. Ese simple hecho esfumó mi ecuanimidad lograda durante la hora anterior. Me levanté, abrí el closet, busqué los calzones en el bolsillo de la chamarra. Ya no estaban. Y “hubieras aventado mejor los calzones de tu novia por la ventana antes de llegar a la casa, así no me los hubiera encontrado”.

Pero como el “hubiera” solo existe en pretérito imperfecto o pluscuamperfecto, por andar de preguntona esa noche recibí tres mentiras y una verdad. ¿La verdad? Que sí, en efecto tenía una amante. ¿Las mentiras? La historia de cómo llegaron los calzones al bolsillo de su chamarra, la identidad de la susodicha y que nunca jamás en la vida iba a volver a suceder porque él se convertiría en el hombre más fiel del mundo para conservar a su familia.

Irreverencia

La única mentira que le creí fue la identidad de la susodicha. No se sostuvo mucho tiempo, se me reveló unos meses después: resultó ser una de mis primas hermanas, nueve años más joven que yo y 20 centímetros más alta. Y no nada más mi prima estaba involucrada sino también su mamá, mi tía, una de mis más queridas. Decepción. Tristeza. Desengaño. Desilusión. Desencanto. Desdicha. Pena. Aflicción. Desconsuelo. Pesar. Furia. Incredulidad. ¿Cómo podía estar viviendo eso? ¿Por qué esas mujeres que tanto quería habían sido capaces de hacer algo así? ¿Por qué el hombre que amaba eligió quebrar la lealtad, y peor, con gente de mi familia?

En mi búsqueda de respuestas me obsesioné con la infidelidad. Necesitaba comprenderla y para comprenderla debía estudiarla. Empecé a leer cuanto libro del tema encontraba; a ver cuanto documental, conferencia, programa de radio, televisión o plática casual hallaba; a mirar cuanta película del tema existía, cuanta canción, cuanta novela. Sabía que la manera de sanar esa herida y no heredarla ni a mi recién nacida ni a su hermano sería entender para explicar.

Entré en un mundo de hallazgos y más hallazgos. No solo sané sino que conocí mi ligereza, encontré mi vocación en la literatura y pude al fin crear con la irreverencia que siempre me había autocensurado. Nació mi hija, meses después publiqué mi novela Tacones en el armario y hoy, a 15 años, hay unos 100 mil ejemplares de mis libros en libreros de múltiples países del mundo.

¿Quién iba a decir que lo más feo que me había sucedido era en realidad lo mejor que me pudo pasar?