LA CONVENCIÓN NACIONAL DEMÓCRATA

Raudel Ávila - Enlace Internacional
Columnas
CONVENCIÓN NACIONAL DEMÓCRATA

De cuando en cuando la política estadunidense nos recuerda por qué aquel país es la democracia más grandiosa de la Tierra. El más frío de los analistas políticos, si tiene un mínimo apego por la democracia, el republicanismo y los valores liberales, no puede sino sentirse electrizado por las exhibiciones oratorias de alto nivel en las convenciones partidistas en Estados Unidos. O bueno, la convención partidista.

En otro tiempo, las convenciones de ambos partidos eran cátedras de retórica deslumbrante en la mejor tradición occidental. De unos años para acá, la Convención Nacional Republicana se convirtió exclusivamente en un coro de adoración al caudillo Donald Trump. No obstante, la Convención Nacional Demócrata todavía infunde en el espectador una ilusión de que el ser humano puede progresar hacia la civilización mediante una vida política de calidad.

Hay que ver la mezcla tan fascinante de participación popular (sí, con su carga de gritos, abucheos, ovaciones, aplausos y lágrimas) con liderazgo de élite. Las masas enardecidas por hombres y mujeres que los invitan a practicar la civilidad, a progresar con compromiso ético, a defender valores en la arena pública al mismo tiempo que se oye música popular, estallan globos y la gente baila.

Es la fiesta de la democracia en la mejor tradición de Alexis de Tocqueville; o al menos de aquello que tanta admiración y respeto le inspiró al gran pensador francés cuando visitó Estados Unidos.

Desde siempre la política y el espectáculo han ido de la mano, pero la diferencia es que en nuestros países el espectáculo lleva la batuta, mientras que en las naciones desarrolladas como Estados Unidos la política conduce al espectáculo. Estas convenciones son una amalgama elegante de teatralidad y política de primer orden, pero son también la base de la democracia interna en los partidos políticos primermundistas. Son eso que tanta falta nos hace en México, donde todo lo decide siempre el dedo del cacique dueño de cada partido.

Voces

De esta última convención hay que oír un puñado de discursos para recordar que la oratoria política es también alta literatura. Escuche usted la sentida y profunda reflexión de Hillary Clinton sobre la candidatura histórica de Kamala Harris, primera candidata presidencial estadunidense de origen simultáneamente asiático y afroamericano. Escuche usted la intensamente conmovedora ceremonia del adiós de la vida pública de Joe Biden en un discurso donde describe su carrera de más de 50 años, la inspiración que le dio la paternidad para renovar su civismo, su interés por ser presidente y su decisión final de retirarse de la competencia por la reelección. Oiga usted voces que parecen venidas del pasado para recordar cómo se construye el futuro en el discurso del congresista Jim Clyburn, ese parlamentario admirable que conoció a Martin Luther King Jr. en el movimiento de derechos civiles. Ponga usted atención al senador Raphael Warnock cuando dice que todos debimos aprender en la pandemia que la seguridad social y los servicios de salud de nuestro vecino deben estar garantizados para que también lo estén los nuestros. Que él quiere un mundo donde todos los niños, los de su vecino y los suyos, tengan servicio médico gratuito; pero también, todos los niños de Israel y Palestina. Y aunque usted no coincida ideológicamente con Alexandria Ocasio-Cortez, por favor escuche atentamente su discurso de siete minutos para reconocer la grandeza del sueño americano de la movilidad social. Esa muchacha latina era mesera en el Bronx hace seis años, pero la semana pasada estaba hablando en su calidad de congresista en uno de los eventos políticos más importantes del mundo.

Pues sí, Only in America. Qué envidia.