¿Y LA CONGRUENCIA?

Guillermo Deloya
Columnas
¿CONGRUENCIA?

Uno de los valores más complejos y camuflados en el haber político es sin duda la congruencia. Una discusión conceptual que involucra tanto a la ética como a la ciencia es aquella que delimita los bordes con los cuales se entiende cuándo alguien muestra sin simulación un equilibrio y armonía entre pensamiento, creencia y actos que permiten alojarlo como una persona sincera y digna de ser depositaria de confianza.

Parece que, por otra parte, poco es ya lo que se toma en cuenta en el tracto de un oficio que se ha ensuciado ante la praxis de obtener, de avanzar, de conseguir y de avasallar; ya es extraño que se haga una ponderación de perfiles con base en la observación de ese particular rasgo de la personalidad.

Quienes se presentan como opciones en la cartelera electoral son adoptables en tanto lleven alforjas llenas de prebendas o en su caso se encuentren expiados por el halo divino que deviene de la afinidad de colores y signos. Ya no se repara en analizar quién ha permanecido fiel a sí mismo en ese pedregoso camino que es servir públicamente como funcionario o representante popular; basta pertenecer a un mismo rebaño para identificarse como bueno, honesto y congruente.

Pero quizás hoy es pertinente como no lo ha sido nunca el tener presente esta situación: no estamos hablando solo de una característica dentro de la inteligencia emocional de un candidato o candidata; estamos ante un muestrario de la propia consistencia y bonhomía del ser humano que termina por influir en todos los actos que tendrán repercusión pública y hacia la sociedad, que a veces ciega le otorga su confianza mediante el voto.

Valores

Ser congruente implica esfuerzo. Fuerza para sobreponerse a las tentaciones que podrían por conveniencia propiciar un viraje. Quien así actúa difícilmente sucumbirá a los intereses particulares sobre a los colectivos, quien es así tiene carácter, tiene poder de decisión.

Ser congruente presupone el autoconocimiento y la sólida aceptación personal. Quien es congruente no genera conflictos entre el hacer y el pensar; quien es congruente goza de un balance en sus pensamientos y emociones que generan acciones desde la plena conciencia. Estamos ante un hombre o una mujer estable, sin meandros ni virajes.

Ser congruente deriva en tomar posturas personales con responsabilidad. Aquel que así actúa se presenta como un ser autónomo que asume las consecuencias de sus acciones y emociones. No se esconde ni diluye su actuar en la culpa ajena. No le huye a la derivación natural de su actuar.

Ser congruente involucra la autorregulación; eso es generar de forma inequívoca una ruta personalísima de control y dirección que le pertenece y lo distingue. Es una persona que goza de templanza.

Ser congruente implica tener un soporte de valores plenamente catalogados y visibles. Constancias que hemos dado en nuestra vida para poder tener una calca de nuestra imagen pública con nuestra imagen privada. No hay diferencia en lo que muestra aquel que con la misma identidad se plantea ante una multitud o ante su núcleo más íntimo.

Y quizá lo más importante: ser congruente implica ser libre. Atenerse a la voluntad propia permite excluirnos con propiedad de cualquier influencia ajena a nuestro parecer. La libertad del ser es quizá lo más deseable para alcanzar y aplicar cuando se está dispuesto a servir.

Pero la dura realidad golpea con un látigo de puntas aceradas. En México, salvo muy contadas y breves excepciones, lo que priva es la práctica de una política pestilente. Un camino colmado de serviles que tiemblan ante la oportunidad de emanciparse de un pensamiento único y contrario a su parecer. Aquellos que levantan la mano y defienden lo indefendible son aquellos que por igual tienen juramento constitucional por honrar un buen actuar en pro de lo colectivo. Se impide el progreso, se inhibe el ejemplificar con un positivo actuar. Estamos sumidos en la normalización de aceptar a aquel que sin vergüenza alguna ha defendido los postulados que ahora reprueba con acidez.

Carl Rogers, sicólogo estadunidense que delimitó algunas de las teorías más aceptadas de la personalidad humana, catalogó a la congruencia como una condición inseparable del progreso y la realización del ser. ¿Cumplen con ello nuestros aspirantes?