Es muy probable que cuando se haya publicado esta colaboración haya concluido el proceso electoral, pero aún los resultados estarán sin confirmarse. Se trata de las elecciones más grandes en la historia de la democracia mexicana: poco menos de 99 millones de potenciales votantes y casi 20 mil cargos de elección.
A su vez, como consecuencia directa de esas impresionantes cifras, la participación de miles de ciudadanas y ciudadanos al frente de las casillas habrá hecho una de las principales aportaciones para darle certeza e imparcialidad al desarrollo de la jornada, así como el conteo de las papeletas.
Sin embargo, como sabemos, de nueva cuenta la violencia criminal apareció en varias partes del país, pero enfocada a las contiendas municipales, para poner en evidencia lo que sabemos desde hace décadas: se trata de la parte más expuesta y débil de la estructura del Estado mexicano.
Todavía en el último día de campaña, en Guerrero, un candidato fue asesinado en pleno evento de cierre. Las escenas, filmadas por varias personas, fueron ampliamente difundidas y comentadas. Pero el impacto en la comunidad, así como los efectos que genera en el ánimo de la sociedad en su conjunto, desde luego que pueden incidir de manera negativa para aumentar el abstencionismo debido al miedo. Y este factor —la actividad criminal—, desafortunadamente, no lo podemos encontrar en otras democracias estables como la nuestra.
Es decir, si observamos, por ejemplo, las campañas en Estados Unidos o para la integración del Parlamento Europeo, por aludir a dos procesos simultáneos al nuestro, de ninguna forma se considera a la actividad criminal como una variable para influir en los resultados electorales.
Desde hace varios años en México la afectación e incluso la suspensión de las elecciones es una constante, solo que en cada proceso el número de homicidios y agresiones contra las y los candidatos y sus equipos aumenta. Tal y como sucedió ahora. Pero el peligro no termina ahí: incluso después de los resultados las agresiones persisten. Esperemos que en esta ocasión no sea así.
Construir acuerdos
Llegamos a la cita a las urnas en un clima de crispación, que como se sabe es natural, pero en el proceso que acaba de concluir alcanzamos niveles nunca vistos en cuanto a insultos, descalificaciones, burlas y toda una gama de agresiones que solo abonaron a una riesgosa polarización.
Desde luego que las palabras importan, tanto como la disposición para escuchar opiniones diferentes a las nuestras: son, entre otras, las bases de una sociedad que lleva a la vida cotidiana los valores de la democracia.
Pero me temo que las confrontaciones que leímos y escuchamos por meses dejan poco espacio para comenzar a buscar soluciones a una serie de problemas urgentes que atender, entre ellos la inseguridad pública y la persistente crisis hídrica. Sin dejar de lado la calidad del sistema educativo y de salud.
Llegó la siguiente etapa de la vida democrática de México: la indispensable construcción de los acuerdos. El establecimiento de procesos de negociación política en donde, sin duda, la nueva Legislatura tendrá un papel central. Entraremos a un nuevo estilo de pensar y hacer la política; por lo tanto, de gobernar. Ya lo veremos a partir del 1 de octubre, quienquiera que haya ganado el cargo en disputa. Y esto es tan importante, como aceptar el resultado, aunque no sea favorable.
Así que ganar o perder la elección es tan importante como las condiciones en que se llevó a cabo la competencia.
La vida del país no termina ni empieza en un proceso electoral.