En un mundo donde las historias de inmigrantes suelen pasar desapercibidas La cocina, de Alonso Ruizpalacios (Güeros, Una película de policías), emerge como un plato fuerte para los amantes del cine que buscan algo más que entretenimiento superficial.
Inspirada en la obra teatral de Arnold Wesker, Ruizpalacios traslada la trama a un Manhattan frenético y caótico, ofreciendo una mirada cruda y absorbente al microcosmos de un restaurante.
Con su enfoque en los retos de la vida inmigrante la película se convierte en una resonante alegoría de la lucha por el sueño americano, recordándonos que la cocina, como la vida, está llena de sabores complejos y a menudo contradictorios.
La narrativa se centra en Pedro, que interpreta Raúl Briones, un chef cuya vida personal y profesional está constantemente al borde del abismo.
La química entre Pedro y Julia, interpretada por Rooney Mara, es complicada, reflejando la tensión entre la aspiración y la realidad. Aunque su relación es el eje del drama, a veces se siente débil, lo que podría ser una elección intencionada para ilustrar las conexiones frágiles en ambientes de alta presión. Ruizpalacios logra capturar no solo el calor literal de la cocina, sino también el calor emocional y social que se acumula en estos espacios cerrados.
Visualmente La cocina es un banquete para los ojos. La fotografía en blanco y negro de Juan Pablo Ramírez destaca, creando un contraste que refleja el estado interno de los personajes. Las pocas pinceladas de color se utilizan con maestría para señalar momentos de cambio emocional o transición narrativa. Esta técnica recuerda a clásicos como Sin City, donde el uso deliberado del color juega un papel crucial en la narrativa visual. La elección del formato 4:3 hasta abrirse a un 16:9 en escenas clave simboliza la claustrofobia de la vida laboral y la libertad efímera que los personajes experimentan fuera del trabajo.
Sensibilidad
Ruizpalacios demuestra una vez más su destreza detrás de la cámara, con secuencias largas y complejas que mantienen al espectador al filo del asiento. La película, aunque con base en una obra de teatro, nunca se siente confinada. En lugar de ello, se expande para explorar cuestiones más amplias de explotación y deshumanización en el capitalismo moderno.
La presión constante y la sensación de estar en una olla a punto de estallar se capturan de manera visceral, recordando películas como Whiplash, donde la tensión es casi tangible.
En conclusión, La cocina es una obra que va más allá de la simple adaptación teatral. Es un comentario social poderoso presentado con una sensibilidad artística que es tanto visualmente impresionante como emocionalmente resonante. A través de su narrativa y técnica Ruizpalacios invita al espectador a reflexionar sobre el costo humano del éxito y la lucha incesante por la dignidad en un sistema que a menudo ignora a los que sostienen su estructura.
Un filme que merece ser degustado con atención, dejando un sabor perdurable en la mente del espectador.