CLAUDIA, PRESIDENTA

Sergio Sarmiento
Columnas
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CLAUDIA SHEINBAUM

No hay duda de que Claudia Sheinbaum tenía que ser declarada presidenta electa. Su triunfo el 2 de junio, con 59.75% de los votos, fue contundente. Su principal rival, Xóchitl Gálvez, quedó más de 30 puntos atrás, con 27.45%. Habría sido insensato para el Tribunal Electoral (TEPJF) negarle la constancia del triunfo.

Pero eso no significa que los magistrados no debieron haber asentado los problemas que mancharon la elección. Las irregularidades fueron las mayores desde que tenemos una verdadera democracia en México, a partir de la reforma electoral de 1996 que inauguró la alternancia de partidos en el poder. El presidente López Obrador impulsó a sus candidatos a empezar sus campañas antes de los tiempos establecidos por la Constitución y de manera constante intervino en el proceso, criticando a Gálvez y a la oposición, y alabando a Sheinbaum y a su régimen.

¿Puede reconocerse el triunfo de una candidata y al mismo tiempo asentar las irregularidades del proceso? Claro que sí. Esto lo hizo el TEPJF en 2006, cuando reconoció el triunfo de Felipe Calderón, pero criticó dos declaraciones del presidente Vicente Fox. Las intervenciones fueron muy menores si se comparan con las de López Obrador en este 2024. Fox, por ejemplo, nunca se refirió por nombre a López Obrador, entonces candidato presidencial del PRD, pero sí criticó el “populismo”, identificado con AMLO, y advirtió que no se debe cambiar de caballo a la mitad del río. Estas dos declaraciones llevaron al TEPJF a asentar que Fox había puesto en riesgo la equidad de la elección. Los magistrados de hoy han preferido no reconocer las irregularidades muy superiores de este proceso, las cuales realmente borraron la equidad del proceso.

Experiencia

“Haiga sido como haiga sido”, como dijo en su momento Felipe Calderón, Sheinbaum es hoy oficialmente la presidenta electa de nuestro país. El próximo 1 de octubre asumirá el cargo para iniciar un gobierno crucial.

La doctora Sheinbaum tiene capacidad sobrada para ser una buena presidenta de la República. Ha tenido una exitosa carrera política, empezando desde las filas del activismo universitario de izquierda hasta su gestión como jefa de Gobierno de la Ciudad de México. Tiene un mandato inequívoco surgido de las urnas y contará con mayorías cómodas en las dos cámaras del Congreso de la Unión. Es muy posible, además, que logre una mayoría calificada de dos terceras partes en la Cámara de Diputados. Llegará al poder con más fuerza que ningún presidente desde los tiempos del partido hegemónico.

El presidente López Obrador ha prometido retirarse a su rancho y abandonar la política. Esto sería, sin duda, difícil para un hombre que ha hecho de la política su vida y obsesión. Es un hombre además que, como presidente, ha demostrado una obsesión por controlar cada aspecto del poder.

Sheinbaum tendrá que afirmar su independencia a pesar de su evidente afecto y cercanía con López Obrador. Deberá ser la presidenta de todos los mexicanos, después de un periodo en que AMLO ha buscado gobernar solo para su conveniencia. No será fácil: López Obrador le hereda un Congreso controlado por sus incondicionales y una espada de Damocles en la forma de la figura de revocación de mandato, que le permitiría quitar a una presidenta que se desviara de los cauces que él ha establecido.

La experiencia nos dice, sin embargo, que una vez que alguien se sienta en la silla presidencial ejerce el poder total y sin concesiones a su predecesor.