Donald Trump como candidato para la Presidencia de Estados Unidos y el joven senador por Ohio James David Vance, de 39 años, para la vicepresidencia, fueron elegidos por la Convención Nacional Republicana en Milwaukee, Misuri, realizada del 15 al 18 de este mes.
Con esto quedó definido algo que al menos en la figura del expresidente se daba por descontado con todo y la larga serie de tropelías políticas, violaciones a las leyes, evasiones fiscales y demás acusaciones, la mayor parte de ellas plenamente demostradas ante juzgados de ese país.
Su retórica rumbo a la candidatura se radicalizó en cuanto a temas como migración, tráfico de drogas, política exterior, impuestos y, por supuesto, la construcción del muro a lo largo de la frontera de nuestro país.
No obstante, la situación cobra un cariz inesperado con la selección (recurso destinado a quien sea el candidato presidencial) del senador Vance como su compañero de fórmula.
Hay que tomarse en serio, y desde ahora, tanto por el gobierno saliente como entrante de México, esta composición al frente de la Casa Blanca, pues lo más probable es que gane en las elecciones del martes 5 de noviembre.
Mucho se ha escrito y comentado, con razón, respecto del perfil del exintegrante de la Infantería de Marina (Marines), pero no se ha hecho alusión a que con él se recupera una dilatada tradición en Estados Unidos: que ya sea el presidente o el vicepresidente en funciones, llegan a tan importantes cargos con alguna experiencia en el campo de batalla.
Escenario
En el caso del candidato a la vicepresidencia, su aprendizaje militar lo realizó en Irak (2003). A su regreso obtuvo el doctorado en Derecho en la prestigiada Universidad de Yale. Por otra parte, ya ha sido ampliamente difundida en las redes digitales de comunicación en México su postura xenófoba, racista y excluyente, no solo por lo que hace a quienes trafican droga en su país sino en particular en lo que corresponde a las organizaciones criminales mexicanas que comercian los narcóticos en decenas de ciudades de su país.
Estudiando como aficionado la historia y el sistema político de Estados Unidos he observado que con un poco de antelación anuncian o difunden acciones que van dirigidas a defender o expandir sus intereses nacionales. Ahora es el caso.
Como se recordará, en este espacio he dedicado varias colaboraciones a darle seguimiento al debate —tanto en el Congreso como en los círculos políticos y de medios de comunicación de ese país— sobre la persistencia (e inconveniencia) de clasificar de acuerdo a las leyes de EU a las organizaciones criminales mexicanas como narcoterroristas (la más extendida), narcoinsurgentes o insurgencia criminal.
El escenario sí que ha cambiado.
La cuestión es que ahora se trata de una experiencia familiar directa: la madre del candidato Vance fue víctima por un tiempo del consumo de fentanilo, lo que ha conducido a posturas radicalizadas.
Los coros y vociferaciones en la Convención Nacional Republicana pidiendo la construcción del muro fronterizo y, en un momento dado, la intervención militar directa en México ante lo que allá se considera una evidente incapacidad del Estado mexicano para frenar la actividad del crimen organizado transnacional, debemos tomarlas en serio. No tanto porque puedan darse —una supuesta intervención militar en nuestro territorio—, sino debido a que se manifestarán en otros ámbitos como el comercio, los intercambios educativos, inversiones, posiciones diplomáticas y, por supuesto, los flujos migratorios controlados.
Es deseable, e incluso indispensable, que desde el entorno de la próxima presidenta de la República estén tomando nota.