Pues qué les digo, ¡fue Claudia! ¡Y por un chingo!
Esto ya lo sabían y también todo lo que se ha dicho en torno del 2 de junio: sobre los espejismos de una ganadora distinta que al final se disiparon; sobre la Marea Rosa que se convirtió en un riachuelo; y sobre cómo parte de la comentocracia mostró una absoluta ignorancia sobre las verdaderas necesidades, anhelos y prioridades del electorado.
Hay profundas cavernas sociológicas que podemos (¡y debemos!) explorar durante los próximos seis años. Pero una cosa es segura: la doctora Sheinbaum logró un resultado avasallador y será la próxima presidenta (con todas las de la ley) en menos de tres meses. Habiendo reconocido esto, solo queda realizar un poco de periodismo adelantador e intentar prever lo que ocurrirá en los próximos meses.
Primero, agreguemos un preámbulo que podríamos titular El invierno del patriarca. Porque no podemos ni debemos olvidar que el presidente López Obrador sigue en Palacio Nacional y aún tiene un último acto en esta obra. En los poco más de 100 días que le quedan a su sexenio, 30 de ellos los gobernará con un nuevo Congreso controlado abrumadoramente por su partido.
¿Qué podemos esperar de esta situación? La respuesta me parece clara: la aprobación de todas (o casi todas) las reformas que nos adelantó el pasado 5 de febrero. Entre ellas: 1. La reforma electoral (elegir a consejeros del INE por voto popular; bajar a 30% la participación para que las consultas sean vinculantes). 2. La reforma eléctrica (preeminencia de la CFE). 3. Dejar a la Guardia Nacional bajo el mando de la Sedena. 4. La reforma judicial (reducir el número de magistrados en la Suprema Corte y elegirlos por voto). 5. Eliminar organismos autónomos (INAI, IFT, Cofece, CRE, CNH, etcétera).
Confianza
Pero dejando atrás este preámbulo, llegamos finalmente al 1 de octubre. Sheinbaum toma protesta en el Congreso, recibe la banda presidencial y de ahí se va a Palacio Nacional. Llega a su oficina y frente a ella: el Trono de Hierro. No, falso… la mítica silla presidencial (que es prácticamente lo mismo). Al sentarse en ella, la flamante presidenta Claudia sufre una transmutación.
Porque nadie puede ignorar que la victoria de Claudia le ha otorgado un arsenal de poderes constitucionales y metaconstitucionales no visto en múltiples sexenios. En primer lugar, su legitimidad absoluta al haber logrado la mayor votación en la historia de México; la ya mencionada mayoría en el Congreso; 24 de 32 gubernaturas aliadas; y una mayoría en los Congresos locales.
Sentada en la silla presidencial se disipan todas las dudas: Sheinbaum será la presidenta más poderosa de los últimos 40 años. El único enigma que aún persiste en la mente de nosotros —la sociedad civil— es: ¿cuál será su “estilo personal de gobernar”?
Pero esto no significa que debamos caer en pánico o en histrionismos. ¡Nada de eso! Millones de mexicanos le dieron su voto de confianza para definir el rumbo que tomará el país, y solo queda confiar en que decidirá que ese destino sea un puerto más democrático y más próspero. ¡La verdad es que no nos queda de otra! Porque bien dice un viejo adagio: “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad” —y yo espero que la nueva presidenta lo tenga en mente el 1 de octubre.
Y para todos aquellos que aún ven con recelo al nuevo gobierno, solo queda decirles que en este juego de la democracia a veces se gana y a veces se pierde. Todos debemos aceptar los resultados avalados por el árbitro y si acaso… quizá buscar alivio en las palabras de los antiguos gladiadores: ¡Ave Imperatrix, morituri te salutant!