Donald Trump ha vuelto a demostrar que su presidencia es más parecida a un juego de ruleta rusa con la economía global que a una partida de ajedrez. En la última semana el mundo ha sido testigo de un giro vertiginoso tras otro con aranceles a China disparados a 125%, una pausa de 90 días a los mal llamados “aranceles recíprocos” para el resto del planeta y un mensaje en Truth Social que bien podría leerse como un consejo de corredor de bolsa o una descarada especulación bursátil: “¡Es un gran momento para comprar!” Si esto no es un guion de Hollywood, debería serlo.
Comencemos con China. Elevar los aranceles a más de 100% no es una política comercial: es una declaración de guerra económica.
Pekín, que no se queda atrás en este duelo de titanes, ya había respondido con 84% a los productos estadunidenses y no hay señales de que Xi Jinping vaya a pestañear primero. “China luchará hasta el final”, dijo el Ministerio de Comercio chino. Y uno se pregunta si alguien en la Casa Blanca pensó que amenazar con un martillo a un país que controla gran parte de las tierras raras y gran parte de las cadenas de suministro globales iba a terminar en una rendición pacífica.
Luego está la pausa de 90 días, una especie de tregua a medias que excluye a China, pero abraza a “75 países” que según Trump han llamado suplicando negociar.
¿Pero realmente podemos hablar de una victoria diplomática o el giro de 180 grados es un reconocimiento tácito de que los mercados estaban al borde del colapso?
Más bien parece que Trump apostó a que el consumidor estadunidense pagaría la cuenta de sus bravatas, mientras las empresas buscaban desesperadamente proveedores alternativos, pero la realidad se impuso y el único contrapeso resultó ser Wall Street.
Espectáculo
Sin embargo, desde Goldman Sachs hasta JP Morgan advierten que este vaivén arancelario podría ser el preludio de una recesión. Las probabilidades de una contracción económica en EU subieron a 45% o más, por lo que resulta preocupante el discurso triunfalista exhibido en México de que “dentro de todo, salimos bien librados” gracias al TMEC. Esto suena más a autoengaño que a realidad.
Según el primer corte de caja del Departamento del Tesoro estadunidense los aranceles a México han generado más de dos mil millones de dólares, el segundo monto más alto recaudado, solo por detrás de China. Esto no es un detalle menor: es una bofetada económica disfrazada de negociación amistosa.
Además, otorga a Trump un incentivo más para seguir con la estrategia hacia México de la zanahoria de la integración comercial y el garrote de un socio que no duda en apretar cuando le conviene.
El republicano ha encontrado en su vecino del sur un blanco perfecto, manteniendo la bota en el cuello mientras ambos gobiernos “dialogan” bajo la sombra del TMEC. Cantar victoria bajo estas circunstancias es como celebrar que te robaron la cartera, pero te dejaron el boleto del Metro.
Lo más ingenioso de todo esto no es la política en sí, sino el espectáculo. Trump ha convertido los aranceles en un reality económico global, con giros inesperados, héroes (los inversores que compraron a tiempo) y villanos (China, por ahora). ¿Funcionará su apuesta? Depende de si el mundo decide seguir jugando a su juego o si, como en cualquier casino, la casa termina perdiendo más de lo que esperaba.