DESTRUCTIVOS ARANCELES

Sergio Sarmiento
Columnas
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Aranceles

Después de jugar dos meses con amenazas y perdones el presidente Donald Trump de Estados Unidos anunció este miércoles 26 de marzo que a partir del próximo 3 de abril empezará a aplicar un arancel de 25% a los vehículos de motor importados. “Lo que vamos a hacer es [cobrar] un arancel de 25% a todos los autos que no se produzcan en Estados Unidos”, declaró en la Casa Blanca antes de publicar su decreto.

Este es un golpe brutal para todos los productores de vehículos de motor con ventas en Estados Unidos, pero sobre todo para la industria norteamericana. Las tres grandes fabricantes locales, Ford, GM y Stellantis (antes Chrysler), serán las principales víctimas. Las tres han logrado mantenerse competitivas gracias a que han diversificado su producción en Estados Unidos, México y Canadá. No sorprende que las acciones de las tres se hayan desplomado tras el anuncio.

Los fabricantes tendrán que hacer circo y maroma para adaptarse a esta nueva realidad, pero no será fácil. Sus cadenas de producción están dispersas por toda Norteamérica. Algunas autopartes cruzan hasta seis veces la frontera antes de que el producto final quede listo. Veremos una disrupción mayúscula en la producción. Podrán pasar años para que las cadenas se ajusten. Los aranceles, además, empujarán a los fabricantes a una pesadilla burocrática, ya que tendrán que definir, junto con un Departamento de Aduanas totalmente impreparado para ello, cuáles son los aranceles particulares de miles de piezas de cada vehículo que tienen distintos grados de integración en cada uno de los países de Norteamérica.

Precios altos

Para los consumidores el resultado será no solo de precios más altos, quizá más de seis mil dólares por vehículo dentro de la Unión Americana, sino también más problemas de producción, inventarios más justos y una escasez de nuevos vehículos, partes y refacciones. El aumento en los precios puede llevar a una baja en el consumo, que podría empujar a la quiebra a muchos proveedores y quizá también a alguna de las grandes productoras norteamericanas.

Para los productores de nuestro país, tanto los que participan en la fabricación de vehículos como los de autopartes, el problema puede ser mucho mayor. De nada les servirá ser más eficientes y cumplir con todas las reglas de calidad. Los aranceles pueden llevar a la quiebra de muchas empresas en México y Canadá, pero también a algunas en Estados Unidos.

Lo más paradójico es que si Trump realmente llega a tener éxito en sus objetivos, y destruye la industria automotriz mexicana, provocaría un colapso económico en nuestro país que dejaría sin empleo a cientos de miles o quizá millones de mexicanos. El resultado sería un incremento de la migración a la Unión Americana, en contraposición con los deseos del presidente de detener el ingreso de los odiados mexicanos.

Si esas son las consecuencias previsibles de esta política arancelaria, ¿por qué la aplica Trump? ¿Puede ser tan perverso que quiera provocar un daño a su país junto a sus vecinos y socios comerciales?

El problema, como lo señala el propio decreto, es que el presidente no se da cuenta de la tontería que está cometiendo. Realmente se cree el cuento que subir los aranceles puede hacer más próspero a su país. La ignorancia de los políticos tiene costos. Lo hemos visto ya en México en el gobierno de López Obrador. Lo estamos atestiguando ahora en el régimen de su amigo Trump.