Cuando se anunció que se produciría una serie sobre Cassian Andor, el personaje que interpreta Diego Luna en Rogue One: una historia de Star Wars, los ánimos no fueron precisamente optimistas. Muchos pensamos que este personaje no era suficientemente relevante para merecer su propio espacio televisivo, sobre todo cuando estábamos acostumbrados a personajes conocidos, elementos nostálgicos y a la fantasía característica de la saga. Todos estos aspectos parecían ausentes en Andor, título de la serie creada por Tony Gilroy.
¡Qué error fue pensar así! La serie se estrenó en septiembre de 2022 y rápidamente quedó claro algo: era el producto audiovisual más serio realizado hasta ahora dentro de la saga.
Esta seriedad se debe, en gran medida, a la excelente actuación del elenco y, especialmente, a lo que considero su mensaje central: la representación y funcionamiento de un régimen con tintes fascistas y cómo las acciones de este tipo de gobierno pueden verse reflejadas en la ficción.
Andor presenta un Imperio Galáctico cuya maldad no solo se manifiesta en acciones espectaculares como la destrucción de Alderaan con la Estrella de la Muerte. Aquí vemos, por ejemplo, detenciones arbitrarias que llevan al protagonista a una cárcel donde el control sobre los prisioneros se ejerce mediante tortura física y sicológica. Los presos son obligados a trabajar en equipos, premiándose la eficiencia con mejor alimentación y castigando la deficiencia con el castigo corporal. Finalmente, se revela que este trabajo forzado está destinado a la construcción de la Estrella de la Muerte.
Sacrificio
En Andor el Imperio adquiere una dimensión más realista que en cualquier otra producción de Star Wars, lo que lo hace aún más aterrador. Detrás de este régimen hay todo un sistema de control del opresor sobre el oprimido. Desde la instalación estratégica de cantinas para inducir el alcoholismo y alejar a los pobladores originarios de sus tradiciones, hasta el control absoluto de planetas mediante corporaciones privadas y fuerzas militares. El Imperio muestra varios rostros: la violencia militar, el control de su población con un sistema de vigilancia que conlleva castigos y prácticas colonialistas. La violencia aparece en distintos niveles.
Igualmente, Andor representa la complejidad de la rebelión. No se trata de una resistencia heroica como en las películas originales, sino de una multitud de grupos levantados, algunos mejor armados que otros, con diferentes posturas ideológicas, pertenecientes a diversas clases sociales y cuyas formas de lucha son moralmente cuestionables.
Uno de los retos principales que enfrentan los personajes consiste en crear una red capaz de unir estos movimientos. En este contexto, el sacrificio adquiere una relevancia especial. Luchar implica sacrificar algo y Andor refleja cómo sus personajes tuvieron que ofrecer algo significativo de sus vidas. Luthen, interpretado por Stellan Skarsgård y uno de los líderes de la rebelión, lo resume claramente en esta frase: “Quemo mi decencia por el futuro de otra persona”.
Con la segunda temporada ya disponible vale la pena reflexionar sobre esta relación entre política y ficción. En este sentido, creo que la serie acierta al evidenciar que Star Wars no escapa de la realidad política en la que se produce. De hecho, cuando abraza su contexto político, la saga funciona mucho mejor. El mundo actual observa el ascenso de una ultraderecha conservadora, lo que ha generado discusiones recurrentes sobre el fascismo e incluso sobre el neofascismo.
Andor no ofrece respuestas definitivas, pero sí invita a reflexionar sobre estos regímenes y la maquinaria que los sustenta.