UN ALITO MUY MADURO

Guillermo Deloya
Columnas
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ALITO PRI

Desde la más fundamental arquitectura de la democracia los partidos políticos resultan depositarios de un papel irrenunciable en términos de representatividad y de pluralidad. Un instituto político debe por esencia ser factor de equilibrio y fortalecimiento de una democracia que se construye y se honra por todos y cada uno de quienes en ella viven y de ella participan.

Caso contrario, cuando un partido se convierte en la expresión unipersonal de intereses poco abona al sistema electoral por estar cuestionado de origen y por encontrarse viciado al no componerse de un conjunto plural de pareceres y posturas que, al no verse representadas, tienden a colapsar el funcionamiento en pro de la democracia mexicana.

El caso del Partido Revolucionario Institucional (PRI) es un tema ya abundantemente tratado desde cualquier ángulo posible. Sin embargo, estamos rayando ya en el más decantado cinismo y ambición que históricamente se haya visto de cualquier dirigente partidista, lo cual a su vez provoca una anomalía en la generalidad de la vida electoral.

Con Alejandro Alito Moreno el PRI ha obtenido los peores resultados electorales en la historia de ese partido. El no muy honroso logro se magnifica con una actitud de soberbia y cerrazón tiránica absoluta; no le bastó en 2021 perder ocho gubernaturas, ni quizá tampoco le importó perder el bastión priista en 2022, año en que por primera vez se rindió el Estado de México a la oposición. Y la lista siguió hasta llegar a la elección presidencial de 2024, donde el PRI quedó relegado a un quinto lugar como fuerza política representativa en la Cámara de Diputados al lograr solamente 10% de la votación.

Pasos calculados

Pero a nadie debería sorprender algo que se fraguó poco a poco; con un presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI que a través de distintas decisiones soterradas en su Consejo Político y en su Comisión Permanente diseñó la arquitectura de un partido político totalmente sometido a la voluntad única de su dirigente. Un partido donde la complacencia de sus incondicionales permitió que se abolieran las decisiones colegiadas, se fomentara la pluralidad y se procesara la inconformidad por vías institucionales. Por igual, pocos priistas advirtieron la malicia con la que en diciembre de 2022 Alito ordenó al Consejo Político que se extendiera su mandato mediante una modificación exprés a los tan manoseados estatutos partidistas.

Pero tanto peca el soberbio como el que consiente el abuso; la respuesta de la borregada partidista fue de aplausos y vítores para quien estaba convirtiendo un partido histórico en una franquicia de amigos e incondicionales. Con pasos calculados, Moreno es el único que decide quiénes son candidatos, dirigentes, titulares de organismos y, por supuesto, quién es beneficiado con la dádiva y quién es castigado con el desprecio y la espada flamígera del soberbio dirigente.

Hoy llegamos al pináculo del autoritarismo al modificarse el artículo 178 de los estatutos del partido tricolor, mediante lo cual se destroza el principio de la no reelección que, irónicamente, es el principio que ha dado piso y fundamento a aquel partido. Mediante tal reforma los presidentes, secretarios generales y dirigentes de los estados y municipios de dicho instituto político podrán ser electos hasta por tres periodos consecutivos. Por igual, en el caso del presidente nacional y el secretario general podrán estar al frente del PRI hasta por doce años.

Un partido que nació del poder y paulatinamente se desgastó por el ejercicio del mismo hoy está en real agonía. Su sepulturero campechano ha antepuesto su interés, su solvencia económica y su franca ambición, a la voluntad y expresión de los pocos que aún añoran con melancolía los buenos tiempos de ese PRI que era una maquinaria imbatible. La muerte llegará después de algún tiempo, fundamentalmente cuando se entienda que un pequeño círculo de zalameros no es suficiente para operar con poder territorial. Ya casi no existen los apoyos de presidentes municipales y ni se diga de gobiernos estatales. Ya no hay una ideología defendible porque se ha desarticulado de raíz lo que la sustentaba: ya solo hay escombros donde pertrecharse.

Tal vez Alito admire en intimidad a los grandes dictadores. Un dirigente muy Maduro resultó.