No soy de los que experimentan su corazón en un lugar violento. Soy de los que atestiguan la belleza y la muerte de la rosa.
Rosario Castellanos
El 7 de agosto de 1974 murió Rosario Castellanos en Tel Aviv, siendo embajadora de México en Israel. Según el parte médico, una descarga electrostática la mató cuando salía de bañarse, pues tocó accidentalmente una lámpara al tratar de contestar una llamada telefónica.
Aunque nació en la Ciudad de México, desde muy pequeña sus padres la llevaron a Comitán de Domínguez, Chiapas. Ahí vivió hasta su adolescencia en una típica familia conservadora, donde el hermano Benjamín era el consentido de sus papás hasta su repentina muerte a los siete años. El otro hermano, Mario, murió de apendicitis. Rosario se sintió culpable toda la vida por la muerte de sus hermanos.
A los 20 años quedó huérfana y sin dinero. Su nana, Rufina, fue quien la educó y la acercó a la realidad indígena. Emigró a la Ciudad de México donde se graduó de maestra en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Ahí conoció a Ernesto Cardenal, Jaime Sabines y Augusto Monterroso. En la UNAM dio clases de Filosofía, en las que cuestionaba el statu quo y el racismo hacia los pueblos indígenas.
En 1951 redactó sus textos escolares en el Instituto Nacional Indigenista de México. En 1958 se casó con el profesor de Filosofía Ricardo Guerra Tejada, con quien procreó a su único hijo, Gabriel Guerra, quien todavía trabaja como politólogo en una televisora que fuera muy importante en la década de 1970 pero ya fue.
Rosario tuvo varios abortos y la muerte de su hija recién nacida. Acabó con su matrimonio de 13 años tras sufrir las infidelidades de su esposo. Su vida la dedicó al derecho de las mujeres. Hoy por hoy es un referente del feminismo latinoamericano. Su obra más recordada es Balún Canán, que le valió el Premio Chiapas. Dos años después ganó el Premio Xavier Villaurrutia por el libro Ciudad Real.
Fue una mujer que, ante los embates de la vida y, sobre todo de la muerte, logró sobreponerse y alcanzar la fama internacional defendiendo fundamentalmente a las mujeres. Y aunque su vida estuvo llena de contradicciones, siempre trabajó a favor de las más necesitadas. Hay una película mexicana de 2018, dirigida por Natalia Beristáin, con la fabulosa actuación de Karina Gidi, Tessa Ia, interpretando a la escritora, Daniel Giménez Cacho y Pedro de Tavira, como Ricardo Guerra. La película muestra algunos de los pasajes más significativos de la relación entre Rosario y Ricardo en un momento de la historia mexicana donde la mujer no podía dedicarse a escribir, tener una carrera profesional y ser madre.
Poco se sabe por qué ella dejó a su hijo con Ricardo Guerra. La peli es con un ritmo diferente, bien ambientada. Vale la pena echarle un vistazo y recordar uno de los poemas de Rosario:
Los adioses
Quisimos aprender la despedida
Rompimos la alianza
Que juntaba al amigo con la amiga.
Y alzamos la distancia
Entre las amistades divididas.
Para aprender a irnos, caminamos.
Fuimos dejando atrás las colinas, los valles
Los verdeantes prados.
Miramos su hermosura
Pero no nos quedamos.
Los adioses
Encontraron a una mujer muerta en una bodega de libros llena con la obra de Rosario Castellanos. La joven era una activista proderechos de las mujeres indígenas. En su credencial del INE aparecía el nombre Rosario. Cuando llamaron a Tris, analizó la escena. Había muchos libros a su alrededor y una escalera.
Aunque se decía que por la posición política de la difunta, seguro la habían mandado callar. Tristán analizó muy a fondo el lugar. Encontró grandes cajas de libros y muchos ejemplares junto al cadáver.
Tris encontró algo y llamó al MP. Notaron que la occisa tenía roto el cuello, provocado por la caída de las escaleras. Lo más extraño del caso es que la muchacha era de Chiapas. Igual que la famosa escritora, murió en circunstancias extrañas y casi fortuitas. Parecía que había un maleficio que ronda sobre las Rosarios. Al llegar a su casa, Tris buscó algunos poemas de la Castellanos. El primero que encontró fue Los Adioses.
Tris pensó:
—Qué rara forma que tiene la vida de algunas personas al morir.