A 30 AÑOS

Guillermo Deloya
Columnas
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Un motor inigualable en el soporte y el empuje de los derechos humanos fundamentales es en todos los escenarios la libertad de expresión. Y uno de los apartados que como componente modular de dicha libertad a su vez la impulsa y la hace visible es la libertad de prensa.

No estamos ante un tema menor, sobre todo en países donde la claridad de decir, hacer y pensar son actividades que incomodan y raspan a gobiernos con tonalidades de opacidad y autoritarismo. Desafortunadamente poco se entiende que esa relación que no agrada en los círculos gubernamentales ha sido y es impulsora de la democracia y la gobernabilidad que precisamente ha permitido la llegada por las vías electorales a quienes hoy mucho pueden quejarse de estar en vitrinas de cristal.

Es increíble que a 30 años de la proclamación de la fecha conmemorativa de la libertad de prensa por parte de la Organización de Naciones Unidas (ONU) aún, y más allá de la retórica, encontremos un mundo real que en América Latina deja secuelas lesivas para quienes cumplen con la muy importante labor de informar. Acoso gubernamental, inseguridad, ataques físicos, ciberbullying y persecuciones ministeriales y judiciales son el común denominador en algunos confines.

Qué podemos decir sobre las reformas legales para acotar el trabajo periodístico en Perú que acontecieron en los pasados dos años o la persecución reiterada a periodistas críticos al régimen gubernamental en Guatemala. En ambos casos se ha llegado al pronunciamiento de organismos internacionales de protección.

Pero la lista no se agota. A pesar de los grandes y notorios resultados que en El Salvador se han tenido en materia de inseguridad, el estado de excepción ha venido a limitar la labor periodística e informativa de manera importante. Al igual, en Nicaragua prácticamente se sigue informando desde el exilio y ni qué decir de Cuba o Venezuela, donde sencillamente esta posibilidad de realizar una actividad como el periodismo resulta no solo de alto riesgo, sino de riesgo terminal.

Algoritmos

Si extendemos el análisis al resto del planeta debemos tener a la mano algunos indicadores que ilustran la situación actual para la prensa. Estudios recientes revelan que la situación empeora a nivel mundial para la prensa.

Los mejores lugares, no sorprende, corresponden a países europeos con alto desarrollo e índices favorables de gobernabilidad y democracia. Los cinco primeros son Noruega, Irlanda, Dinamarca, Suiza y Finlandia. Al otro polo de la lista, en la zona de la deshonra, se encuentran Turkmenistán, Irán, Vietnam, China y Corea del Norte. Los peor calificados a nivel Latinoamérica —sin sorpresa alguna— son Cuba y Honduras.

En este gran mapa es impensable que en solo tres de cada diez países se encuentren condiciones “satisfactorias” para que la libre información prolifere. Así, prácticamente 85% de la población está en territorios donde no existe un ambiente propicio para la libertad de prensa.

Y este año dentro del listado de amenazas al correcto funcionamiento en libertad para la prensa a nivel mundial llama poderosamente la atención que se haya sumado como un factor la operatividad de Inteligencia Artificial (IA) como un componente negativo para la prensa misma. El mal uso y el uso indiscriminado del avance tecnológico en tal rama ha contribuido de manera significativa a la confusión, a la poca objetividad y a la veracidad de la información circulante.

Hoy como nunca los algoritmos toman rectoría en varios canales para crear y lanzar “información” que rompe con cualquier parámetro de rigor y confiabilidad. La IA se usa como instrumento de ataque para generar confusión entre públicos selectos y así posicionar mensajes contaminados de dogmas, de provecho político o de irrealidad. Panorama difícil donde 30 años no son nada.