Desde hace varias décadas Adela Cortina (Valencia, España, 1975) contribuye al debate sobre la importancia de la ética. Le ha dedicado libros, conferencias, artículos y también su fundación Étnor, a través de la cual la liga al sector empresarial.
Considerada como una de las filósofas más importantes en nuestro idioma, Cortina retomó la herencia de Karl-Otto Apel y Jürgen Habermans para proponer una moral cívica en la que todos reconozcamos que como especie somos interdependientes.
Para ella vivimos una época donde la empatía no es suficiente: sugiere en cambio una ética cosmopolita que tenga entre sus columnas a la política, la economía y la cultura, y que nos permita ponernos en los zapatos del otro.
—Usted propone una nueva ética con base en la compasión. ¿Por qué?
—La base de una ética cosmopolita es la compasión. Sin ella la justicia, la cordura y la libertad pierden sentido. La compasión supone la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Sentir su sufrimiento o experimentar su alegría es algo que va más allá de la empatía. Implica compromiso para ayudar al desfavorecido a salir de su situación. Una cultura, economía o política montada sobre la compasión será verdaderamente humana. Así como nos falta compromiso con quienes sufren para ayudarles a salir, también nos falta capacidad de alegrarnos con quienes se alegran.
—¿Cómo convive la ética cosmopolita con la noción de libertad?
—La noción de libertad es clave. La tradición cosmopolita se fija en las personas concretas y su posibilidad de ser libres. La libertad es maravillosa: quien no la busca se condena a ser esclavo. Una sociedad cosmopolita es aquella donde todos pueden decidir sobre su vida y ser libres.
—En filosofía se dice que la justicia, cordura o libertad, son ante todo virtudes…
—Es verdad. En lo personal creo que hay dos virtudes fundamentales: la prudencia, que nos permite organizar la vida; y la justicia, por la que nos tenemos en cuenta unos a otros. La unión de ambas es la cordura, que tiene que ver con el corazón. Con la pandemia tendríamos que haber aprendido a cultivarlas; desgraciadamente, no fue así. Necesitamos ser congruentes y cuerdos. Todos, países y personas, somos interdependientes y tendríamos que ayudarnos unos a otros.
Otras vías
—Usted considera que la libertad debe ir ligada a una autonomía responsable. ¿Cómo se acoplan ambos conceptos?
—Se dice que buscamos ser libres como seres autónomos, pero la autonomía lleva obligaciones aparejadas. Quien quiere ser libre debe ser responsable de sus actos. Se reclama mucho la libertad, pero no queremos asumir las consecuencias de lo que hacemos. La libertad no es fácil y conlleva responsabilidad. Si no se entiende, en lugar de autonomía tenemos arbitrariedad.
—¿Por eso preferimos que nos controlen que ser libres?
—A nivel mundial una de las cosas más preocupantes es descubrir que la gente prefiere tener seguridad a libertad. A lo largo de la historia abundan los gobernantes que prometen hacer próspera la vida de sus gobernados, siempre que se sometan a su autoridad. Por eso es muy difícil conseguir y mantener la libertad. Ahora mismo hay mucho miedo, porque nos encontramos ante situaciones como la pandemia o el cambio climático y la gente se siente insegura. Ante el miedo la gente prefiere la libertad.
—Precisamente, usted es crítica de ese tipo de oposiciones binarias…
—Habitualmente se entiende que la vida se monta sobre dilemas. Un dilema es una situación angustiosa en la que solo se tienen dos salidas. A los sicólogos les gustan mucho estos planteamientos. Sin embargo, casi nunca enfrentamos una situación en la que únicamente hay dos caminos, aunque parezca lo contrario. La inteligencia nos sirve para pensar otras vías. A los partidos políticos les gusta plantear las cosas en esos términos y eso al final termina por descalificar a los otros.
—¿Qué rol tiene la economía en la construcción de sociedades libres?
—Soy directora de la fundación de ética de una empresa. Como dice el premio Nobel de Economía, Amartya Sen, la economía tiene que ayudar a crear buenas sociedades. No puede ser que unos cuantos se enriquezcan y la mayoría muera de hambre; eso no es economía, es una inmoralidad. Si hay empresas que funcionan razonablemente y pagan salarios justos la sociedad crece y se genera riqueza, pero si las empresas son malas e inmorales, empeora. No se puede establecer esa separación. Las empresas tienen que ser éticas.
Perfil
Adela Cortina es una filósofa española. Ha sido catedrática de Ética de la Universidad de Valencia y dirige la Fundación Étnor, Ética de los negocios y las Organizaciones. Entre sus premios destacan el Nacional de Ensayo, Isabel Ferrer, doctora Honoris Causa por la Universidad de Deusto, doctora Honoris Causa por la Universidad de Colombia. Ha publicado los libros Ética sin moral, Los ciudadanos como protagonistas, Ciudadanos del mundo, Aporofobia, el rechazo al pobre y Ética cosmopolita, entre otros.