2 de octubre

No se olvida, en efecto, porque no se puede olvidar algo que no se conoció y por tanto no puede ser recordado.

Juan Gabriel Valencia
Columnas
No se olvida, en efecto, porque no se puede olvidar algo que no se conoció y por tanto no puede ser recordado
Foto: NTX

Transcurrió un aniversario más del 2 de octubre y cumplió con pronósticos de augurios no del todo buenos.

El ánimo nacional no pasa por su mejor momento. La situación económica general es de cierta debilidad, con una tasa de crecimiento estimada de 1.5% y descendiendo, como consecuencia de los recientes desastres naturales en el país y los tropiezos económicos de Estados Unidos.

En el caso de los desastres naturales hay que insistir que la profundidad del daño solamente se podrá apreciar al paso de semanas y meses. Mientras el gobierno en la atención a la catástrofe busca responsables, sus opositores y una parte de la opinión pública lo que quieren son culpables, misión prácticamente imposible de satisfacer. El desastre ocasionado por las lluvias es resultado de problemas que se convirtieron en estructurales con los años y a lo largo de varias administraciones locales.

La marcha del 2 de octubre estaba enmarcada por el movimiento de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, fuente de lucro para su dirigencia seccional ante la tibieza, miedos y zona de confort de los gobiernos de los estados de Oaxaca y Michoacán.

Exigían los maestros y exigen la derogación de los artículos 3 y 73 de la Constitución, recientemente reformados. Quieren hablar personalmente con el presidente para que les resuelva lo que para ellos es su problema, como si el presidente no hubiera sido el de las iniciativas de dichas reformas, cambios constitucionales que vuelven a hacer que la educación sea pública y no privada, como la han hecho los maestros de la CNTE con la propiedad y venta de sus plazas magisteriales.

Se sumaron al 2 de octubre pequeños grupos bien organizados de autonombrados anarquistas, infiltrados en la marcha de estudiantes, y maestros contestatarios que no habían nacido en 1968 y difícilmente conocen la historia del conflicto en sus detalles y en su complejidad.

Consecuencias

Ya desde las primeras horas del miércoles 2 de octubre se advertía la desarticulación de la ciudad. La CNTE protestaba frente a la embajada de Estados Unidos y la Bolsa Mexicana de Valores.

Por la tarde, todos los contingentes —a los que se agregó el Sindicato Mexicano de Electricistas, que uno se pregunta qué tuvo que ver con el 2 de octubre originario— se encaminaron de la Plaza de las Tres Culturas hacia el Zócalo.

Su plan B fue el de marchar de la Plaza de las Tres Culturas al Paseo de la Reforma, intentando llegar a la Estela de Luz pasando por el Ángel de la Independencia. Fue muy claro el chantaje a la autoridad vía la vulneración de derechos de la ciudadanía en su conjunto.

Grupitos atacaron a la policía con palos, tubos, piedras, artefactos explosivos e incendiarios. Todos lo vimos. Algunos incluso lo presenciamos en el lugar de los hechos. Una agresión gratuita, sin motivo alguno.

Muchos, también, nos preguntamos si no ha llegado la hora de la coacción proporcional al daño infringido. Las autoridades dicen ser sensibles a las demandas de los manifestantes. ¿Cuáles demandas? Nada de lo que plantean es alcanzable ni racional. En cambio, la queja ciudadana, de la gente que sí trabaja, es más que justificada.

El núcleo duro de la movilización fue la CNTE y los provocadores de siempre. Ya es tiempo de que el gobernador de Oaxaca asuma su responsabilidad y después de siete semanas de paro escolar aplique las sanciones contractuales que marca la ley, que es el despido, y enfrente las consecuencias de sus actos. La Ciudad de México no puede estar a merced de irresponsabilidades incurridas a 500 kilómetros de distancia de la capital.