Se agudiza la crisis migratoria en Europa

El gobierno turco busca detener a los refugiados que carezcan de documentación que avale su personalidad.

Javier Oliva Posada
Columnas
Migrantes europa
Foto: AP

El pasado 7 de este mes la Unión Europea avanzó un acuerdo con Turquía que, además polémico, resulta muy peligroso para la ya de por sí frágil estabilidad de la región: se le otorga una virtual autorización para reprimir el ingreso de miles de refugiados que, huyendo de las guerras en sus países, intentan llegar al viejo continente.

Como sabemos, Turquía es un caso particular porque a pesar de formar parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) no forma parte de la Unión Europea, no obstante que tiene fronteras continentales con Europa a través de su colindancia con Grecia.

Con un ritmo de entre cinco y diez mil refugiados que todos los días pretenden llegar a los países más occidentales de la Unión Europea, Turquía y el gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan (islámico moderado) han buscado obtener ciertas ventajas para comprometerse a detener, e incluso deportar, a los refugiados que carezcan de documentación que avale su personalidad.

Esta posibilidad, impulsada por varios gobiernos —como el alemán, austriaco, húngaro y polaco, entre otros— ha levantado, y con razón, una enorme reacción crítica, puesto que se argumenta que esa decisión va contra el elemental sentido de solidaridad y humanismo que dio origen al bloque multinacional y multicultural europeo.

La Organización de Naciones Unidas ya señaló que ese acuerdo de expulsión masiva va en contra de todos los preceptos internacionales y, además, en nada garantiza que la estabilidad en países como Siria, Irak o Afganistán vaya a ser de ayuda.

La repatriación forzada, incluso, implica para los repatriados, en caso de caer en manos de los milicianos del grupo Estado Islámico, una condena a una muerte cruel.

Sin embargo, a la vista no se observan otro tipo de medidas a aplicarse.

Olvido

Ha sido poco tratado, quizá por resultar anticlimático, el hecho de que los migrantes forzados de todos los países que hoy son víctimas de prolongadas guerras y muy violentos conflictos sociales, religiosos y étnicos, tuvieron su origen en la intervención militar directa de alguna de las potencias militares mundiales.

De Rusia a Estados Unidos, de Francia a Italia, pasando por el Reino Unido y España, cada uno de los casos que hoy ponen en serio predicamento la continuidad de las unidades nacionales como hasta hace poco conocíamos son consecuencia de esas intervenciones que, parece, ahora no forman parte del esquema analítico respecto del origen de la situación.

De la flexibilidad y la conmoción por la postura de recepción a miles de refugiados sirios entre noviembre y diciembre del año pasado en Alemania, en ese mismo país ahora surgen expresiones de rechazo y escepticismo a dicha medida desde el gobierno mismo, por voz de Angela Merkel.

De persistir esa situación, es decir, suponer que la contención física en las fronteras de los miles y miles de refugiados es la solución, solo se estarán creando focos específicos de conflicto y violencia.

Mientras tanto, Turquía puede ser que avance en sus intenciones de formar parte de la Unión Europea, pese a las evidentes muestras de intolerancia del régimen a la crítica en los medios de comunicación y la muy polémica forma de tratar a la minoría kurda.

Lo cierto es que la crisis migratoria dista mucho de estar siquiera atendida. De soluciones, salvo que la estabilidad social y la paz se instauraran en las regiones hoy convulsas, habría un pequeño asomo de esperanza. A todo lo anterior hay que agregar los procesos electorales europeos que han hecho de la migración una verdadera —aunque inconsistente— plataforma ideológica basada en el racismo y la xenofobia (como también se ve en Estados Unidos).

Y, de paso, se abren las puertas para la intolerancia a la diversidad en cualquiera de sus manifestaciones.