Con una invasión en curso, iniciada el 22 de febrero, Europa vuelve a tener un escenario bélico que observa hasta el momento todas las condiciones para extenderse en el tiempo y el espacio. De hecho, no hay un solo continente en el planeta, que se encuentre exento de alguna expresión sistémica de violencia.
Las formas son irregulares, híbridas, asimétricas, donde la diversidad de contendientes no estatales implica una tremenda presión, primero, sobre las sociedades huéspedes, pero también sobre las leyes y las respuestas por parte de los Estados, así como para los organismos multilaterales.
Por su parte, la economía y el comercio se ven alterados en las zonas de conflicto, en tanto que en las sedes físicas del poder económico, como sucede a lo largo de la historia, observan pasar la larga serie de penosas situaciones por las que atraviesan millones de personas, hambrunas, sequías, terremotos, tormentas de arena, ciclones, monzones… en fin, que vivimos, como le ha sucedido a generaciones precedentes, antagonismos que ponen a prueba las capacidades para procesarlos, pero sobre todo condiciones para articular respuestas colectivas.
La diferencia es que ahora, y es evidente, las condiciones de polarización marcan la negativa diferencia y las posibilidades de una hecatombe son incuestionables. En alguna entrega anterior, por ejemplo, me refería a la escalada de ataques y graves descalificaciones entre Joseph Biden y Vladimir Putin. Apuntaba en ese momento que desde mi punto de vista ese recíproco trato lo único que presagiaba era la no negociación en el corto plazo. Esa tendencia no solo se mantuvo sino que ahora —luego del documento final sobre el nuevo Concepto Estratégico de la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN), dado a conocer en el cumbre de Madrid el pasado 29 de junio— se profundiza y nos aleja sustancialmente de alguna posibilidad para encontrar una paz negociada.
Costos
Nos acercamos como humanidad a los típicos escenarios de “suma cero”. Es decir, el que gana, gana todo; y el que lo pierde, también. La propensión por encontrar la vía más contundente para humillar al enemigo se vuelve casi el único y obsesivo fin, en tanto la escalada retórica acompaña a las decisiones militares. En esa ruta estamos.
Los costos, como sabemos, los pagan en primera instancia las poblaciones civiles y la verdad de los acontecimientos. En el análisis detallado del Concepto Estratégico encontramos la ruta para escalar las tensiones y la eventualidad de una directa participación de los 30 integrantes de la OTAN en la invasión rusa.
En medio de ese tenso ambiente México tiene una vía de participación para seguir ampliando sus capacidades de visibilidad en el concierto internacional. En efecto, sus muy conocidas condiciones geopolíticas le permiten aportar elementos consistentes para proponer vías de acercamiento tanto en los foros multilaterales como en las decisiones mismas del gobierno de la República.
Sin duda cualquier escalada bélica provocará, en mayor o menor proporción, que la invasión rusa a Ucrania se prolongue y con ello tanto la tragedia humanitaria como las afectaciones, por ejemplo, a la producción de alimentos (que ya comenzaron a generar hambrunas en algunos países del África subsahariana); y aumentarán también las presiones sobre países como el nuestro para que se definan por alguno de los bandos.
No falta mucho para que eso suceda. Por eso México debe adelantarse a ese escenario de polarización y propiciar, aunque sea de modo tenue, un acercamiento entre las partes.