Guerra contra el Estado Islámico

México, en atención y consideración directa a su naturaleza geopolítica, debe mantener una actitud constructiva. 

Javier Oliva Posada
Columnas
Ash Carter, secretario de Defensa de Estados Unidos
Foto: AP

El pasado 1 de diciembre el jefe del Departamento de Defensa norteamericano, Ashton Carter, anunció ante el Comité de Servicios de las Fuerzas Armadas de la Cámara de Representantes que el cambio drástico en la situación siria e iraquí, los atentados en Francia y la grave crisis humanitaria migratoria le exigen a Estados Unidos ampliar el radio de acción de los bombardeos en Irak.

Sumado ello a la posición del presidente galo, François Hollande, el escenario internacional de tensiones e inseguridad se incrementa en forma notable.

De acuerdo con la nota publicada por el diario The New York Times, Carter argumentó que las prioridades se centrarán en trabajos de inteligencia, liberación de secuestrados y captura de líderes del grupo Estado Islámico (EI).

Con este fundamental anuncio queda claro que la renuencia a implicar a personal de Infantería para en definitiva confrontar a los milicianos del EI persistirá, al menos, hasta el término del mandato del presidente Barack Obama o hasta que haya una seria y definitiva reducción en la capacidad desplegada y destructiva de dicha organización terrorista.

¿Qué significa “declarar la guerra al terrorismo”? ¿Quiénes son los primeros responsables de diseñar la estrategia y definir las principales tácticas a aplicar? Y, por último, ¿cuánto es el tiempo estimado de duración de este nuevo tipo de conflictos en que se enfrentan Fuerzas Armadas convencionales contra antagonismos de nuevo tipo, al menos en cuanto a sus capacidades de desafío?

Las respuestas a estas preguntas tienen que ver sobre todo con la información disponible para hacerle frente a la expresión más radical y agresiva del terrorismo en el siglo XXI.

Territorios

El Parlamento inglés decidirá antes de la Navidad si se suma a los bombardeos sobre Irak, pues en Siria ya participa. Una decisión en ese sentido sumará al ambiente internacional un factor más de tensión.

No es poco lo que se juega en esa decisión: en Gran Bretaña hay una intensa y profunda polémica respecto de qué tanta responsabilidad tienen las naciones preponderantes en la destrucción y violencia acumuladas por décadas y generaciones en países que hoy están más cerca que nunca de ser Estados fallidos.

En las guerras hasta hace poco se enfrentaban fuerzas —en la mayor parte de las ocasiones— identificadas, adoctrinadas, disciplinadas y, en el caso de las democracias, supervisadas por controles de los congresos, medios de comunicación, academia y organizaciones sociales en general.

Por su parte, el terrorismo por primera vez en la historia reclama para sí el control exclusivo de un territorio. Ni Al-Qaeda ni ninguna otra expresión de ese tipo se habían planteado como objetivo controlar una zona geográfica dada.

Cuando el Talibán gobernó Afganistán no lo hizo a partir de la exportación de la violencia o de los atentados: lograron sobreponerse a la invasión soviética que comenzó en diciembre de 1979 y se prolongaría hasta por diez años.

La coalición internacional encabezada por Francia y que ha contado, para empezar, con el apoyo de los otros cuatro integrantes permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, nos proporciona una clara idea respecto de las dimensiones del enemigo a enfrentar.

De allí que un país como México, en atención y consideración directa a su naturaleza geopolítica, debe mantener una actitud constructiva, no obstante el dolor, la animosidad y la pena.