HALLAN EL ORIGEN DE COMEZÓN POR ENFERMEDAD HEPÁTICA

“Las neuronas son las células específicas del sistema nervioso capaces de transmitir impulsos nerviosos”.

J. Alberto Castro
Columnas
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Hay una rara enfermedad que merma de manera devastadora la calidad de vida de cualquier persona. Entre sus síntomas más acuciantes sobresale un incontrolado prurito y una fatiga creciente, aunados a problemas digestivos, ictericia, dolor en cuadrante superior del cuerpo y sequedad de ojos y boca. Hablamos de la colangitis biliar primaria, antes conocida como cirrosis biliar primaria: una enfermedad crónica y progresiva que afecta los conductos biliares de pequeño calibre que se distribuyen en el hígado.

Este mal hepático produce inflación y una destrucción lenta y progresiva de estos pequeños conductos biliares por causas no conocidas, aunque la presencia de anticuerpos en la sangre de los pacientes con esta enfermedad sugiere que como origen del daño existan fenómenos autoinmunes.

No existe una cura para la colangitis biliar primaria, pero hay medicamentos disponibles para disminuir el avance de la enfermedad y evitar complicaciones. No obstante, cuando los medicamentos ya no controlan la colangitis biliar primaria y el hígado comienza a fallar solo un trasplante puede ayudar a prolongar la vida.

En relación con este padecimiento hepático un grupo de investigadoras del Instituto de Fisiología Celular (IFC) descubrió en un trabajo conjunto con colegas de Estados Unidos, Alemania y Polonia el mecanismo celular de la comezón crónica o prurito originado por la colangitis biliar primaria. Esto fue posible gracias a una investigación con enfoque multidisciplinario que puso el acento en los procesos clínicos y moleculares presentes en esta patología que impacta la vida plena de una persona.

La doctora Tamara Luti Rosenbaum Emir, experta del IFC y titular del proyecto por parte de la UNAM, en entrevista con Vértigo comparte: “Estamos en trámite de una patente internacional de este nuevo conocimiento para proponer un canal iónico (TRPV4) como un blanco terapéutico (posibilidad de un fármaco) que sería útil para superar la picazón severa que produce este tipo de enfermedad”.

Los detalles de la investigación se consignaron en un extenso artículo de la prestigiosa revista Gastroenterology y en el mismo colaboraron con Rosenbaum Emir la investigadora Sara Luz Morales Lázaro, también del IFC, y la exalumna de maestría Ana Elena López Romero.

Entre los colaboradores extranjeros destaca el neurobiólogo Wolfgang B. Liedtke, de la Universidad de Duke, quien estudia la neurobiología sensorial del dolor con especial atención en los mecanismos de señalización relacionados con el calcio. A este especialista le llamó la atención el tema de la comezón crónica asociada a la colangitis biliar primaria.

Precisamente a raíz de la colaboración con este prestigiado investigador la doctora Rosenbaum empezó a vislumbrar que en el caso particular de la colangitis biliar primaria la destrucción de las vías biliares por defecto inmune libera diversas sustancias que inciden en la piel y producen comezón.

Fármaco antipicazón

Aunque por mucho tiempo se pensó que esta comezón se debía a las sales biliares, lo que descubrió este equipo internacional de científicos (algunos indagaron en pacientes y monos y otros en la parte molecular) fue que las personas que sufren afecciones de colangitis biliar y picazón tenían un incremento considerable de lisofosfatidilcolina (LPC).

La científica y sus colegas comenzaron su estudio en el plano molecular a partir de la interacción entre la LPC, un lípido producido en diversas partes del organismo, y el canal iónico TRPV4, que se encuentra relacionado con la percepción de cambios en la temperatura del medio ambiente y de algunas sustancias.

Cabe aclarar que los canales iónicos son un tipo de proteína transmembrana que permite el paso de iones específicos a través de la membrana celular. Su estructura semeja un poro o canal relleno de agua con un sistema de compuertas.

Con base en varios experimentos las investigadoras encontraron que el LPC es capaz de abrir al canal TRPV4 y ubicaron la región precisa que regula la apertura y cierre de ese canal. Esta interacción activa el proceso fisiológico de la comezón.

Bióloga por la UNAM, Rosenbaum asienta: “Demostramos que en los pacientes con colangitis biliar el LPC está incrementado, así como la interacción del LPC con el canal TRPV4, al cual estimula (como una compuerta que se abre para dejar fluir el líquido) y permite el paso de iones de calcio que generan una señal. Así se liberan unas vesículas de microARN que activan al canal TRPV1 (de la misma subfamilia que el canal TRPV4). Estas señales se transmiten por las células de la piel a neuronas cercanas a este órgano y de ahí hasta el cerebro, produciendo comezón”.

La interacción entre LPC y TRPV4 logra que el calcio entre a la célula, lo que desencadena una cascada de eventos que llevan a la liberación del contenido de las vesículas.

Estas vesículas contienen un microARN específico —un fragmento pequeño de ARN de una sola cadena— que en este mecanismo funciona como un mensaje entre las células de la piel y una neurona sensorial.

La doctora en Ciencias Biomédicas cuenta que la señal que se origina en la piel viaja a la neurona que lleva la información al cerebro y se procesa como comezón; la célula del epitelio por sí misma no puede producir prurito, tiene que haber una neurona que sirve de puente a la célula de la piel. Porque las neuronas son las células específicas del sistema nervioso que son capaces de transmitir impulsos nerviosos. Este proceso molecular resalta la importancia de la piel como un órgano complejamente conectado con las neuronas del sistema nervioso periférico y el sistema nervioso central.

Como si se tratara de una investigación policiaca que indagó en todo el proceso de la biofísica fina de cómo se activa el canal, los aminoácidos con los que interacciona exactamente en la estructura del canal, así como la bioquímica que desencadena este proceso. Los investigadores de Estados Unidos participantes en el estudio tras experimentar con monos demostraron que cuando se inyectan el LPC y el microARN específico (encontrados en las vesículas) en estos animales se produce esta reacción de comezón.

Lo más trascendente, subraya la estudiosa, fue descubrir que el canal TRPV4 puede ser un blanco terapéutico en el que se podría inhibir al canal como tal para tratar de evitar la comezón o bien intentar inhibir la secreción del microARN que lleva la señal al cerebro.

“Una vez que se identifica el TRV4 como el culpable que produce comezón se pueden encontrar muchos medios y vías que lo inhiban. La clave es que al conocer la estructura de esta molécula podemos ver otras similares que se peguen en otros lugares del canal y así inhibirlo. Esto se traducirá en disminuir el prurito despiadado”, abunda.

Experta en neurociencia cognitiva, confía en que este hallazgo redundará en un fármaco que dé alivio a las personas que padecen esta insoportable comezón unida a este padecimiento del hígado.

Finalmente, concluye: “En la medida en la que entendamos cómo funcionan estos receptores (canales iónicos TRP) podemos comenzar a comprender qué pasa en patologías como las neuropatías asociadas a varios tipos de enfermedades y a la inflamación, enfermedades renales, prurito, enfermedades pulmonares, etcétera”.

RECUADRO

Mal hepático crónico

La colangitis biliar primaria es más frecuente en mujeres entre 35 y 70 años, aun cuando puede presentarse tanto en varones como en mujeres de cualquier edad. Tiene tendencia a ocurrir en miembros de una misma familia.

Más de 95% de las personas con cirrosis biliar primaria tiene anticuerpos anormales en su sangre. Estos anticuerpos atacan a las mitocondrias (unas minúsculas estructuras que producen energía en el interior de las células).

Los pacientes aquejados por este padecimiento tienen el hígado agrandado y duro (en cerca de 25% de los casos) o un agrandamiento del bazo (en alrededor de 15%).

En algunos casos no aparecen síntomas durante dos o 15 años. Algunas personas llegan a estar muy enfermas en un periodo de tres a cinco años. Una vez aparecen los síntomas, la esperanza de vida es de unos diez años.