EL PELIGRO DE UN ESTEREOTIPO

“Un sujeto que, ante todo, es servicial”.

Ignacio Anaya
Columnas
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Posiblemente muchos sabrán del famoso hombre sentado debajo de un cactus, con un gran sombrero y dirigiendo su mirada hacia el piso como señal de sueño o cansancio: el estereotipo del mexicano es ampliamente conocido y controvertido.

Se representa de tal manera, que da la impresión de que somos perezosos y flojos. Aunque se ha retratado en medios de todo el mundo resulta especialmente común en Estados Unidos, lo cual es irónico, ya que es allí donde millones de mexicanos trabajan en busca de mejores condiciones.

A pesar de esto son varios los empleadores estadunidenses que han llamado y continúan llamando así a los trabajadores mexicanos y mexicoamericanos de sus empresas.

En algunas series estadunidenses, sobre todo de comedia, se muestra a inmigrantes sentados en la banqueta, esperando a que alguien, un norteamericano blanco, les ofrezca trabajo. La lógica del esfuerzo, el capital y la eficiencia de la cultura occidental se encuentra con el mundo del no hacer nada y lo califica inmediatamente de malo.

La idea de la pereza mexicana como algo extraño y negativo no es reciente, sino que ha sido parte del imaginario colectivo durante mucho tiempo. Hace más de un siglo, una mujer estadunidense escribía lo siguiente sobre su experiencia en las calles de Guadalajara: “Wallace (mi esposo) tenía negocios, así que me quedaba allí a menudo. Ya desde el principio fueron los peones de México los que llamaron mi interés, aquellos peones vestidos de blanco que se sientan durante horas sin decir nada, tan introspectivos, enigmáticos, vacíos. Me llena de miedo verlos; son tan tranquilos, tan cargados con el peso de la mortalidad” (tomado del libro Los Mexicanos en el espejo del Porfiriato y la Revolución por Gabriel Poot Mejía).

Reglas

Resultaba incomprensible para una estadunidense, acostumbrada seguramente al sistema laboral dentro de su propio país, observar a estos sujetos estando allí, existiendo por el simple hecho de hacerlo, rompiendo con sus ideales de productividad. Su manera de expresarse no era un pensamiento excepcional encerrado en un determinado tiempo: muchos periódicos estadunidenses ponen antes de la palabra mexicano el adjetivo “flojo”, al menos desde los finales del XIX hasta la década de los sesenta en el XX.

La pereza, la flojera y la inactividad son los enemigos del tiempo laboral y representan dos realidades y dos maneras diferentes de concebir la productividad. La respuesta a qué es lo productivo implica la proyección de este estereotipo del mexicano para aquellos que no responden a los estándares de la sociedad capitalista —ponerse la camiseta, dirían algunos.

Se acordarán de los discursos controversiales de Donald Trump sobre México: “Cuando México nos manda gente, no nos manda a sus mejores”. Estos mensajes sugieren que existe, bajo la mentalidad del estadunidense, un ideal del mexicano trabajador, insertado en los estándares de la moral occidental. Un sujeto que, ante todo, es servicial. ¿Qué mejor manera de justificar quitarle algo a otros que promoviendo la idea de la incapacidad de la otra parte para tenerlo?

Ese estereotipo tan peligroso, producto de incomprensiones y prejuicios, resulta, a su vez, ventajoso para unos pocos con poder. ¿El mexicano es perezoso y flojo? La respuesta nunca será la misma, las formas de concebir el tiempo laboral no obedecen a reglas objetivas.