“Pocos momentos antes de las diez, una salva de artillería y las bandas de toda la línea batiendo marcha anunciaron la llegada del C. Presidente de la República. Después de recorrer toda la línea, procedió el general Díaz a la entrega de ocho banderas y un estandarte, a otros tantos cuerpos de la guarnición”. De esta manera el periódico La Bandera Nacional del 13 de diciembre de 1877 narraba el acto solemne de dar banderas a miembros de la guarnición militar de la Ciudad de México, que se llevó a cabo el domingo 9 de ese mes.
Uno de los tantos eventos ceremoniales donde la presencia de Díaz era parte de una historia colectiva para todos los mexicanos, buscando él ser uno de sus muchos protagonistas.
Durante aquel evento el general Hermenegildo Carrillo realizó un discurso, aprovechando la ocasión para dedicarle las siguientes palabras al presidente: “Aquí mismo, en este lugar se halla el caudillo que os ha conducido a la victoria, que os ha armado con las armas quitadas al enemigo, que ha sido tan heroico en la lucha como clemente en la victoria, tan grande en valor como en la bondad. No necesito deciros su nombre: la historia lo ha asociado a las glorias del 5 de mayo de 1862, lo ha escrito en medio de los lauros conquistados en Miahuatlán, en la Carbonera, en Puebla, en México, en Tecoac”.
Esta dedicatoria cargada de un enorme enaltecimiento hacia Porfirio Díaz era parte de una retórica que se iba a desarrollar a lo largo de su administración con el objetivo de asociar la figura presidencial dentro de los eventos que conllevaron a la restauración de la República.
De esta manera, el oaxaqueño se instalaba dentro de la historia inacabada del país y por ende legitimaba su mandato. Su llegada al poder terminaba con el largo proceso de desafíos de la nación, era el nuevo protagonista del destino de México, según la visión que buscaba promover. Las ceremonias y los rituales dentro de ellas reforzaban constantemente esa visión de Díaz.
Visión
Tal vez algo interesante de los humanos sea nuestra capacidad de darle simbolismo a cualquier acto y dotarlo de ciertos valores. Las ceremonias, tan antiguas dentro de la historia, manifiestan la condición ritualista de toda sociedad. En dicho proceso todo detalle es fundamental para transmitir el mensaje deseado, sea conmemorar a alguien, celebrar un relevante acontecimiento o generar una retórica de poder. Incluso pueden entremezclarse todos estos elementos. Los personajes que asisten se convierten en actores y buscan dar, por un breve momento, una actuación digna de una obra de teatro.
Los mensajes son muchos, siempre presentes, a veces claros, a veces escondidos. La teatralidad que allí se manifiesta gira en torno del discurso. Las ceremonias cívicas han estado insertas en una estrategia para fomentar el nacionalismo en el país a través de la historia nacional y sus héroes. Generan la identidad de las y los ciudadanos, por lo que están desde la infancia.
¿Se puede estar orgulloso de esa retórica? En la medida en que cambia cada generación, la visión se diluye y las historias del ayer son reconfiguradas con otros fines, cada una obedeciendo a distintos actores.
Las maneras de validarlo dentro de la memoria se manifiestan en las ceremonias; cada detalle, cada organización, cada movimiento, cada palabra e incluso cada invitado dice qué hay detrás; solo falta analizarlo con atención.