El mejor trato de la historia

Kevin Bambrough nos hace notar que en su camino hacia el dominio planetario que convirtió al siglo XX en el siglo americano, Estados Unidos realizó varios supernegocios.

Guillermo Fárber
Columnas
Kevin Bambrough
Foto: Internet

Kevin Bambrough nos hace notar que en su camino hacia el dominio planetario que convirtió al siglo XX en el siglo americano, Estados Unidos realizó varios supernegocios.

Uno fue la compra de la Luisiana en 1803, más de 2.1 millones de kilómetros cuadrados, un territorio más extenso que el México actual.

Por miserables 23 millones de dólares (con todo e intereses) pagados a Napoleón, duplicó su territorio a razón de siete centavos por hectárea.

Luego, en 1867, pagó a los rusos la bicoca de 7.2 millones por un terrenito inhóspito conocido como Alaska.

El tercero, que no menciona Bambrough, es la “indemnización de guerra” de 15 millones de dólares en 1848, en el Tratado de Guadalupe Hidalgo, mediante el cual México perdió casi la mitad de su territorio.

En fin, ¿crees que esas tres transacciones (más o menos forzadas) fueron respectivas gangas históricas? Déjame aclararte que hubo (y hay) otra mucho más rentable.

The greatest trade in US history

¿Entonces cuál es la transacción más rentable de todos los tiempos para el imperio?

Es ésta, que le ha permitido recibir una increíble cantidad de bienes y servicios reales, a lo largo de 36 años, a cambio de repartir ocho millones de millones de papelitos o bits en dizque “pago": Me refiero, desde luego, al déficit comercial de EU.

Cada año, sin excepción, nuestras importaciones han excedido a nuestras exportaciones desde 1975.

Cuando un dólar era un dólar: en palabras de Milton Friedman, “el dólar tiene valor porque todo el mundo piensa que tiene valor.

Y todo el mundo piensa que tiene valor porque en su experiencia siempre ha tenido valor.

Las naciones exportadoras han decidido voluntariamente financiar dicho megadéficit mediante la aceptación de promesas de papel llamadas ‘dólares’, a cambio de entregar bienes tangibles producidos o fabricados por ellos (petróleo y carros, entre otras 100 mil cosas).

Pero, todavía más importante que eso, han decidido acumular esas promesas de papel en vez de usarlas para comprar activos reales.

Presuntamente, han hecho esto en la creencia de que algún día podrán convertir esas promesas de papel al menos por una cantidad equivalente de bienes y servicios reales.

Esta idea requiere creer en que el poder de compra del dólar no declinará más que los rendimientos de esas mismas promesas de papel y que alguien, en el futuro, estará dispuesto a soltar bienes y servicios tangibles a cambio de dichas promesas de papel.

Yo temo que el creciente déficit federal, el programa de la Fed de Quantitative Easing, y el incesante declive del dólar estadunidense han disuadido a sus poseedores tradicionales a cuestionar su fe, reexaminar sus deseos de continuar acumulando reservas y, en consecuencia, cesar de hacerlo e incluso comenzar a convertirlas en bienes reales”.

Los reportes de las finanzas globales confirman esta tendencia: salvo algunos reductos como México, los tenedores tradicionales de reservas internacionales están limitando y aun revirtiendo dicha acumulación.