REGRESAR A LA JAULA

“Procura una fachada de real oposición, aunque nada diste más de la realidad”.

Guillermo Deloya
Columnas
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En una sociedad como la mexicana, que documenta sobradamente el repudio por desencanto que en general concede a los partidos políticos, es sumamente complicado convencer a ciudadanos para que crean en una oferta ideológica y en un proyecto electoral. En la suma de años en los cuales el común denominador es la decepción, un partido político anquilosado y con amplios adeudos históricos hacia los mexicanos no resulta una oferta adquirible para el receloso electorado.

Pero cuando la imagen identificable con esa fuerza política se encarna en personajes que hacen de un instituto plural una empresa de propiedad personal, el destino predecible es un estrepitoso fracaso. Por estos y muchos otros factores deberían prenderse en tonos encendidos varios focos rojos para aquellos miembros del Partido Revolucionario Institucional ante lo ocurrido en su XXIII Asamblea Nacional.

Si de forma auténtica se precian de ser demócratas dentro de la vida partidista aquellos que participaron en el teóricamente amplísimo ejercicio de opinión y auscultación de ideas, tal vez deberían levantar la voz con inconformidad, por lo contradictoria que resulta la narrativa ante la conveniente realidad de los dirigentes.

Por una parte poco parece importar el antecedente desastroso que llevó al PRI a perder 18 de las 22 gubernaturas que gobernaba en los últimos seis años. Al igual que poco parece importar el reciente desastre electoral, tanto en las elecciones extraordinarias como en las del 6 de junio. Sin embargo, parecería que el triunfalismo es ciego y concede pasaportes por méritos a un empecinado presidente del PRI. De ahí las reflexiones.

Ilusiones

En primer término encontramos cómo la ambivalencia y la indefinición ante los temas esenciales de la nación dibujan a un PRI oscilante. Ese partido que administra la conveniencia para no romper con el poder federal, pero que procura una fachada de real oposición, aunque nada diste más de la realidad que ello. Así, como en el texto de Roger Bartra —quien por cierto participó en las ponencias de la asamblea— que plantea cómo en 2018 el velado o expuesto apoyo del PRI en distintas modalidades ayudó al triunfo del ahora presidente de México, el Revolucionario Institucional renuncia una vez más al reconocimiento de un proyecto ideológico que ya existe desde la XX Asamblea Nacional de dicho partido. Ahí ya se identificaba en el espectro político de la centroizquierda: el reciente credo, que a decir del priismo le ha dado una patada al neoliberalismo, es falaz y poco creíble.

Se presume de un cambio cuando no se ha cambiado una coma a los documentos básicos y, además, se habla de una mudanza ideológica hacia una ubicación donde ya se estaba desde 2008. Adicionalmente, quienes sostienen el argumento son precisamente aquellos que fueron apasionados defensores del neoliberalismo adoptado por gobiernos provenientes del tricolor.

En segundo lugar el proceso de decantación de opiniones, sugerencias y reclamos que supuestamente debiesen provenir desde el planteamiento de la más modesta militancia resulta en un ejercicio simulado donde los resultados de las mesas tuvieron conclusiones previamente convenidas por la dirigencia. Cuando se genera expectativa y esperanza para ser escuchados deviene una responsabilidad que honrar. En el caso contrario, desdeñar y menospreciar la aportación ajena produce un desencanto que, agudizado, generalmente concluye en ruptura.

En tercer término la narrativa sostiene un escenario fantasioso para el priismo. Autonombrarse “el partido más grande de México” choca frontalmente con la realidad reflejada en las urnas. Tan solo para ejemplificarlo: en la reciente elección extraordinaria en Nayarit el PRI obtuvo 4.6% de la votación. Ese es su valor electoral.

Y finalmente está la reflexión de lo pernicioso que resulta utilizar una plataforma partidista alimentada con dinero público para forzar una candidatura presidencial. Ahí donde se utiliza con descaro la esperanza de una juventud forjada en la “institucionalidad” y donde se segrega a los pensantes y críticos no hay más cabida que para el halago irracional de un liderazgo con pies de barro. Así, tal cual, y como se narra en la destacada obra del sociólogo Bartra, antiguo comunista y ahora socialdemócrata, el PRI retorna a su encierro de conveniencia e ilusiones en una jaula sumamente pequeñita, donde muy pocos comen generoso alpiste.