El mundo unido a través del deporte; la emoción a tope y la esperanza que hace soñar a millones con ver su bandera encumbrada en la altura de un primer lugar que da licencia para colgarse una medalla de oro al cuello de todo un país. El esfuerzo ha sido épico en unos Juegos Olímpicos que, desfasados en su realización, vinieron a proponer un reto en medio de la pandemia.
Desde la llama que ardió en Atenas en 1896 el trayecto no fue sencillo en múltiples momentos; desde las pruebas sin sentido a principio del siglo XX en París, donde se coronaban campeones en la modalidad de carreras de sacos, pasando por el racismo manifiesto en 1904 en San Luis, Estados Unidos, olimpiada en la cual existía la modalidad de “etnias exóticas” para algunos competidores, o la medalla con sabor a karma de Jesse Owens, que motivó el desdén de Adolfo Hitler en 1936.
Todas las ediciones presentan particularidades que incluso llegarían a lo trágico en Munich en 1972 con el asesinato de los once atletas israelíes, hecho que marcó una nueva ruta de reflexión para esta justa.
Al aterrizar en este 2020 la prueba máxima que merecería una suprema medalla de oro sin duda sería la organización que, aunque asediada por los riesgos del Covid-19, como es costumbre en la tradición japonesa ha sido sencillamente impecable.
Pero más allá de esa barrera que parecía infranqueable es sumamente grato reconocer la participación de la mujer en estas Olimpiadas, que ya deberán inscribirse en la historia como las de la paridad, donde con gran fortuna 49% de la participación pertenece a las mujeres que, para el caso mexicano, también son quienes dieron la cara con pundonor y orgullo a pesar de las enormes dificultades que impone la ruta hacia el podio de la gloria.
Qué lejos se ve París, donde de casi mil participantes solo 20 fueron mujeres. Aun así la rimbombancia en la celebración se dio por haber “permitido” que participara por primera ocasión el género femenino en una justa olímpica. Qué borroso se ve también Ámsterdam hacia 1928, cuando la ocasión para festinar era que se “concedía” la primera participación oficial de la mujer en unos juegos y se maravillaba el mundo con una presencia “masiva” de 290 damas deportistas cuando la cifra oficial de participantes fue de dos mil 883. Y ahora con gran júbilo decimos: qué cerca se ve a Alejandra Valencia, Gabriela Agúndez, Alejandra Orozco y Aremi Fuentes. Una realidad que anima y ejemplifica en un ambiente que, hay que decirlo, aún sigue siendo pedregoso para la mujer al encontrar dobles o triples aduanas para que su colaboración en unos Juegos Olímpicos sea absolutamente igualitaria a aquella de los varones.
Reflexión
En un país que desde 2019 recortó casi en 90% los apoyos para atletas en preparación, pero donde además se adereza el panorama con acusaciones por favoritismo, parcialidad en la selección de representantes y en el peor de los escenarios corrupción desmedida, es un mérito ubicarse como merecedora de un bronce después de un trayecto tan arduo.
Aquí la esperanza es que por igual quepa la reflexión para que exista una reconsideración integral de la propia Comisión Nacional del Deporte, donde se invierta por un proyecto de mediano plazo que no solo propicie la gloria de pocos, sino que además aporte el ejemplo para muchos que puedan hacer del deporte profesional una forma de vida.
De continuar en el monólogo contaminado por lo político en el que todo es culpa del pasado, la fuga de talento será una constante y sumará nombres a los de Gabriela Bayardo, Paola Pliego, Linda Ochoa o Kevin Vázquez. Urge limpiar la casa con pulcritud y permitir un inicio esperanzador.
Hoy las pioneras como Charlotte Cooper, primera medallista de la historia, o la mítica Nadia Comaneci son lejanos referentes junto a las mexicanas Belem Guerrero, Soraya Jiménez, Paola Espinosa o la misma Ana Guevara. Urgen nuevas figuras a emular por su tenacidad, habilidades y carácter a toda prueba que hacen que los varones, y en general todos los mexicanos, demos un sonoro aplauso de pie al lustroso ramillete de mujeres ganadoras.