Un conflicto que se podría apreciar a lontananza pero que tiene muchas más implicaciones que aquellas que se avizoran solo en la capa es el caso del choque con tonos bélicos entre Rusia y Ucrania, así como su implicación indirecta con Occidente.
En un escenario de adversidades agudizadas por la ralentizada recuperación económica, un conato de tal magnitud podría traer mayores complicaciones por su previsible impacto sobre los mercados, así como su injerencia directa sobre los precios de una amplia gama de materias primas que incluyen el mercado de los energéticos.
Y sin duda esa sería consecuencia del escenario menos deseado que podría llegar hasta la confrontación militar entre Estados Unidos y el país de la unión euroasiática. Esta última posibilidad no estaría muy lejana de su funesta manifestación. Tan solo hay que entender el tono de las declaraciones de Joe Biden, así como la implicación de lo que involucra anticipar que Rusia se arrepentiría ante una posible invasión a Ucrania.
Parecería así que Ucrania se encuentra en una situación de alta vulnerabilidad a pesar de la aparente protección norteamericana. Desde la lucha independentista de hace tres décadas el país no ha podido zanjar la profunda división de pareceres dentro de los cuales muchos aún simpatizan con sus anteriores compatriotas rusos. Así, la anexión de Crimea propuso una nueva fisura en la endeble arquitectura de un neonato país que pugnaba por conseguir solvencia e identidad en el plano internacional. A su vez, el separatismo que impulsan los rusos propicia la existencia de gobiernos provisionales y luchas intestinas de varias decenas de muertos, como ocurre actualmente en la región de Donbás.
Hasta ahora es entendible que, dados estos antecedentes, aunados al soberbio carácter del mandatario ruso, campee una atmósfera de abuso que tiende a retar a Occidente hasta con cierto cinismo y descaro. Putin actúa magistralmente en la desarticulación de diversos personajes con intenciones diplomáticas para mediar el conflicto y los neutraliza a costa de enormes recompensas por colocación empresarial. Y es ahora que el conflicto tiende a un estancamiento, cuando se aprecia una medición de fuerzas: por una parte, una Rusia que no se puede permitir un mal ejemplo separatista con posibles contagios regionales; y, por otra, un contrapeso estadunidense al que tampoco le conviene un mal ejemplo expansionista de una Rusia que solo recibe impunidad por sus excesos.
Efectos
Pero más allá de las apreciaciones por posibles escenarios bélicos estarían las consecuencias globales de los mismos. En primer término, es seguro que un choque militar entre EU y Rusia influirá directamente en la producción y costos del petróleo. Esta previsible alteración podría disminuir el crecimiento global en 1.6% para el primer semestre del año, dependiendo el momento de conflagración del conflicto. Además, el excedente de inflación proyectada puede rondar hasta cuatro puntos porcentuales adicionales para llegar a un lesivo 7.2%. Si se sigue en la ruta de la imposición de duras sanciones económicas a Rusia, implementadas en lo particular por países como EU y también por organismos multilaterales, es igualmente previsible una dura distorsión en la provisión y precios del gas natural, insumo energético del cual Rusia provee casi 18% del total consumido en el mundo.
Sobra decir que la contaminación y desbalance no tardarían en generar efectos adversos en las economías vinculadas a la estadunidense. Ahí, México bien podría soportar la tormenta e incluso encontrar un canal de oportunidad si es que tuviera las condiciones de sana operación financiera y logística de las empresas del ramo energético.
Por igual, hay una amplia posibilidad de que la cadena de afectaciones llegue hasta los mercados de materias primas, subrayadamente de metales como níquel, cobre, aluminio y paladio, de los que también Rusia es protagonista en la proveeduría para Europa.
Lo cierto es que no hemos dimensionado lo que ese posible escenario de alteraciones vendría a significar en los mercados de valores, así como en la sacudida que propiciaría a las políticas de los bancos centrales. En un mundo que jadea por oxígeno ante una complicada recuperación, un escenario de guerra solo vendría a recrudecer las condiciones que para algunos parecen francamente insuperables.