Por el tiempo político y el contenido, la nota —que no reportaje— del diario The New York Times denunciando presuntas acusaciones contra un general mexicano y revelando que Estados Unidos había intervenido en la designación del jefe de nuestro Ejército se convirtió en el dato revelador de que el gobierno de Barack Obama busca imponernos políticas de seguridad nacional.
La información del NYT se dio justamente en el contexto del endurecimiento bélico de la Casa Blanca en temas de seguridad geoestratégica, como el reconocimiento del uso de torturas para perseguir a terroristas de Al-Qaeda, las revelaciones sobre los aviones espías no tripulados llamados drones y directivas presidenciales para autorizar el asesinato de estadunidenses colaboradores del terrorismo radical islámico.
Lo que está quedando claro es el juego de poder de Washington: México se vio embarcado en una ofensiva contra los cárteles del tráfico de estupefacientes, que aprovecharon la demanda de los adictos estadunidenses para asentarse en espacios territoriales de la soberanía del Estado mexicano y el gobierno de EU ni siquiera agradeció el esfuerzo y se dedicó seis años a presionar a México.
En el fondo, el objetivo estadunidense no tuvo que ver con la intención de disminuir el suministro de enervantes de drogas a EU ni quebrar a los cárteles, sino convertir al tráfico de estupefacientes en un fantasma que podría relacionarse con el terrorismo islámico y, por tanto, ameritar una mayor contundencia de la Casa Blanca en la definición de lealtades.
El tema del narcoterrorismo apareció en los lenguajes políticos del Departamento de Estado y del Departamento de Seguridad Interior en 2010, con la intención de que México aceptara un Plan Colombia con mayor presencia de militares y agentes de inteligencia estadunidenses.
Geopolítica
La presión es, hasta cierto punto, lógica. Obama comienza su segundo mandato y el PRI regresa a la Presidencia de la República luego de dos sexenios panistas; por tanto, el nuevo gobierno mexicano está obligado a replantear estrategias, entre ellas la de seguridad interior, seguridad pública y seguridad nacional, y reorganizar la agenda de relaciones especiales con Estados Unidos.
Sin embargo, Washington dio un paso audaz con el periodicazo de The New York Times porque filtró datos perversos que quisieron mostrar que el gabinete presidencial fue acotado por EU, sobre todo en las delicadas áreas del Ejército y la Marina.
La respuesta mexicana fue de desdén y sin generar polémica; y así se diluyó el efecto que buscaba Estados Unidos utilizando al NYT.
De todos modos, los nuevos estrategas de seguridad nacional de México recibieron ya indicios de los juegos perversos de poder de la Casa Blanca y la intención de Obama —tan venerado por el centro-izquierda mexicano— es la misma que los juegos imperiales del pasado. El objetivo final es subordinar al Ejército mexicano y meter a militares estadunidenses a México a luchar contra los cárteles.
En este contexto, la agenda bilateral mexicana se va a mover por el filo de las presiones y las lealtades exigidas a partir de los intereses geopolíticos de Washington, tratando de convertir a México en un peón de la geopolítica estadunidense que sustituyó al comunismo con el terrorismo islámico que nació como protesta radical contra la ocupación del Oriente Medio petrolero por las prioridades de la Casa Blanca, sea con George W. Bush o con Barack Obama.