El mapa de México aparece atrapado por los cuatro costados.
1. Por el sur llega, sin reglas y en tumultos, la ola de migrantes que tienen que atravesar la República para tratar de llegar a Estados Unidos; muchos de ellos se quedan en el camino y se convierten en un riesgo de seguridad nacional por la violencia y el crimen organizado.
2. Por el norte sigue abierta la agresión estadunidense con muros y policías fronterizos, sin que la estrategia de desarrollo haya logrado en 20 años una mayor integración comercial.
3. Por el Golfo el país ha visto el camino de paso del crimen organizado y de los migrantes, con bandas delincuenciales que han aprovechado la debilidad gubernamental de gobiernos de un PRI debilitado y de una alternancia sin proyecto: Tabasco, Veracruz, Tamaulipas y Nuevo León.
4. Y por el Pacífico el sistema político ya perdió el control de toda la zona que forma parte del arco de seguridad nacional de EU: parte de Baja California, Sonora, Sinaloa, Jalisco, Michoacán, Guerrero y Chiapas. El crimen organizado ya se alió a grupos guerrilleros o disidentes armados.
Y el punto central de la República, la ciudad capital, comienza a poblarse en las calles de cada día mayor vigilancia policiaca, aunque no siempre para seguridad por temor de pequeños estallidos sociales sino también extorsionando a los ciudadanos. A los problemas tradicionales de aglomeración, ambulantes y violencia se han sumado los problemas sociales que han traído consigo todos los grupos que han pasado a la acción directa exigiendo beneficios pero multiplicando las contradicciones urbanas.
Escenario
Este mapa de riesgos de seguridad nacional es una expresión mayor de problemas de seguridad pública en el espacio muy concreto de la seguridad interior: la inestabilidad interna por problemas de gobernabilidad social y política, aunados a los efectos sociales en la estabilidad por la baja calidad del crecimiento económico y la pobre expectativa de promedios de PIB de 2.5%.
Frente al dinamismo social que produjo el discurso del México moderno en movimiento se ha atravesado una crisis general de economía, política y sociedad y el frenón económico ha multiplicado las presiones sociales por perspectivas insatisfechas.
El sistema político priista alimentó el futuro promisorio, pero ante la crisis guardó silencio sin dar una explicaci política a esa crisis ni instaurar programas de emergencia para amortiguar los golpes recesivos. Peor aún: en realidad el sistema político priista no aparece como la maquinaria de gobernabilidad que incluía a la oposición y a los sectores dinámicos.
La estridencia en las protestas revela que el sistema político ya no funciona como espacio de negociación, control de daños y encauzamiento de protestas.
En este sentido cobra vida el mapa de inestabilidad nacional por los cuatro costados, sin que el Estado como autoridad máxima y estructuras de dominación social ponga en marcha los mecanismos de control de daños.
La gravedad se multiplica con el funcionamiento limitado de los gobernadores estatales, más preocupados por mantener el control de los virreinatos que en colaborar con espacios de disminución de daños sociales. Inclusive hay gobernadores que azuzan a sus grupos sociales a irse al DF con sus problemas cuando en realidad la solución es local.
En este escenario ocurrirán las elecciones: partidos sin visión de futuro, políticos aferrados a sus espacios y una sociedad apanicada que multiplica sus pasiones perversas.