Reconocidos legalmente como organismos de “interés público”, los partidos políticos mexicanos constituyen, en el modelo del teórico Robert Michels, oligarquías al servicio de los intereses de sus élites. Y si los partidos no representan a la ciudadanía, entonces el sistema de representación política tampoco funciona para la democracia.
Más que interés público, los partidos en las democracias modernas representan a “grupos de interés”. En este sentido, el sistema de partidos en México está bastante lejos de configurar la estructura de la democracia: el PRI se mueve desde la Presidencia de la República y funciona vía corporaciones-cuotas de poder, el PAN desdeñó a su militancia y expulsó a sus masas para quedar en un partido de élite, y el PRD decide en función de sus tribus como grupos de poder parcializado.
La crisis de la democracia en Occidente y en México en particular debe enfocarse en función del agotamiento del modelo piramidal de los partidos. En 1919, al estudiar el funcionamiento de los partidos socialistas —un adelanto de la teoría leninista de partidos—, Michels estableció su tesis de “la ley de hierro de la oligarquía”, que decía que toda organización de dirección política tiene a convertirse en una oligarquía.
El PRI siempre funcionó vía una oligarquía formada por el presidente de la República, los jefes de las corporaciones partidistas y los intereses del grupo dominante. El PCM fue gobernado por un politburó cerrado que operaba con base en expulsiones de disidentes y el PRD quedó en manos de un modelo mixto: el corporativismo vía tribus y una sociedad secreta de dirigentes.
El PAN se había salvado por la tradición democratizadora que le dio Manuel Gómez Morín, pero la llegada de los vándalos del poder en 1973 con José Ángel Conchello construyó una oligarquía; durante los dos gobiernos panistas, Fox y Calderón sometieron al PAN con las técnicas del PRI. Gustavo Madero instaló en el PAN el autoritarismo absolutista —“el PAN soy yo”—, una mezcla de Luis XIV y el estalinismo soviético.
Intermediarios
Los partidos se convirtieron en agencia de colocaciones y en maquinarias de conquista del poder. De partidos de ideas y de militantes pasaron a partidos corporativos o partidos escoba sin identidad ideológica, política o de proyecto propositivo que definió en 1966 Otto Kirchheimer: los partidos catch all o agarra todo (http://pendientedemigracion.ucm.es/info/cpuno/asoc/profesores/lecturas/kirchheimer.pdf).
La crisis de representación social de los partidos deriva en un deterioro de la funcionalidad del sistema de representación política porque los cargos públicos simbolizan a las oligarquías de los partidos y no a la sociedad, y el destino final de esta cadena de perversiones es una democracia disfuncional o de baja intensidad.
La única manera que tienen los partidos para recuperar su representación social es el modelo interno de elecciones primarias para la designación de candidatos, de tal manera que vía votación abierta se decidan nominaciones y no en función de los dedazos que funcionan hoy en el PRI, el PAN, el PRD y el partido de López Obrador.
Si la democracia dio un paso hacia el respeto al voto —no absoluto pero legitimador—, entonces debe volver los ojos a la esencia de la democracia: los partidos como los intermediarios reales entre la sociedad y el poder.