Aunque la bala nos pasó rozando al negociar el gobierno de México el endurecimiento de su política migratoria a cambio de levantar la Casa Blanca su amenaza de imponer aranceles a nuestros productos de exportación a Estados Unidos el precedente coloca en jaque el futuro del libre comercio al supeditarlo al juego político.
Detrás de los desplantes del presidente Donald Trump y de sacar de la manga leyes que le permiten “castigar” a países que no se supediten a sus reglas está su anhelo de reelegirse en noviembre del año próximo.
La sensación de un presidente “nacionalista” preocupado por sus empleos es más que rentable en los estados sureños del país del norte.
Y como el fin justifica los medios, la arrogancia se atreve al inaudito: Estados Unidos no necesita de México, este sí de él.
Lo grave del asunto es que el mundo pierde equilibrio frente a la prepotencia del republicano. En el grave conflicto desatado contra China, como en el amago de sometimiento a México, la gran ausente es la Organización Mundial de Comercio.
Aunque es evidente el desdén de Trump a las instancias internacionales creadas por su propio país estas pierden la solvencia moral que las convertía en caja de resonancia frente a excesos y arbitrariedades.
Utilizar la bandera de los impuestos de importación como arma de coacción implica colocar en jaque los acuerdos internacionales.
Arraigo
Al paso en que se camina lo que se negoció en décadas puede desconocerse de un plumazo vía un decreto de la Casa Blanca.
Durante la Segunda Guerra Mundial, enviado por Estados Unidos un poderoso ejército para combatir a las potencias del eje Berlín-Roma-Tokio, el país se vio ayuno de mano de obra, lo que abrió la puerta al primer acuerdo con México en materia de migración temporal.
La ola creció ante la persistente miseria de los países centroamericanos, cuyos habitantes buscan en la nación del norte su sobrevivencia, tomando a México como vía de ingreso.
El problema, pues, no es de operativos de contención sino de arraigo en sus lugares de origen vía empleos.
Mezclar el problema con el comercio implica envenenar la economía con la política.