Asumida literalmente la decisión presidencial de responsabilizar a la Secretaría de Energía y a Pemex de la construcción de la refinería de Dos Bocas parecería que los trabajadores de la empresa productiva de Estado se convertirían en albañiles y la secretaria, Rocío Nahle, en algo así como maestra de obra, en tanto los técnicos del Instituto Mexicano del Petróleo serían capataces.
Lo cierto es que, declarada desierta la licitación a la que se habían inscrito por invitación directa seis empresas extranjeras especialistas en la materia, ahora será coordinada por esas dos instancias pero en su realización se subcontratarían empresas nacionales en terrenos específicos.
Aunque en su momento, por cuestiones de precio, se marginó a firmas con capital mexicano y con alta especialidad para la construcción de plantas llave en mano, entre ellas Fluor Daniels, en la que participa el grupo ICA, para modernizar y reconfigurar algunas refinerías, a la larga el resultado fue desastroso.
El ejemplo más nítido se dio con la refinería de Cadereyta, Nuevo León, donde se otorgó el contrato a un consorcio encabezado por una firma coreana, quien para sostener el costo ofrecido importó materiales de baja calidad, o de plano usados, y reclutó a 400 jóvenes que con la tarea eludían el acuartelamiento de dos años de servicio militar, a quienes se habilitó como soldadores.
La empresa, aun así, se enfrascó en un pleito de años con Petróleos Mexicanos por supuestos vicios ocultos que encarecieron la obra, en cuyo desenlace la contratante debió pagar un sobreprecio.
Las obras se inauguraron en el último mes del sexenio zedillista, por más que las plantas estaban inconclusas. De hecho, para simular el que sí podía refinar el petróleo para convertirlo en gasolinas se colocaron equipos hechizos. Por falta de ducto el petróleo se transportó desde el puerto de Dos Bocas, Tabasco.
Cuerda floja
El plan maestro de la nueva refinería y las especificaciones técnicas correría a cargo del Instituto Mexicano del Petróleo, cuyos 250 expertos prácticamente no tenían mayores tareas.
Naturalmente en la apuesta se juega la credibilidad por parte de la población en el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, en lo que pareciera haberse colocado una cuerda floja en materia de duración y costo de la obra.
Por lo pronto las calificadoras de deuda ya externaron su pesimismo, aunque aún no hay amenaza directa de degradación de la calidad de deuda soberana del país.
Las apuestas auguran un infierno, lo que a su vez auguraría lo contrario en caso de éxito.
El volado está en el aire.