Las guías de tratamiento ofrecen una base, pero su aplicación debe complementarse con un enfoque clínico individualizado: adaptarlas a cada paciente permite optimizar su manejo.
De mantenerse la promoción de estilos de vida saludables entre la población, México estaría en 2030 entre las primeras naciones del mundo con oportunidad de detener la epidemia de sobrepeso y obesidad.
De hecho, las medidas recomendadas en el sector salud y educativo —como activación física, alimentación sana o dieta de la milpa, consumo de agua, evitar o disminuir el consumo de bebidas azucaradas y ultraprocesados— ayudarán a una reducción de 6% en la prevalencia de este problema de salud pública.
El investigador Simón Barquera, director del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) y presidente de la Federación Mundial de Obesidad (WOF, por sus siglas en inglés), señala lo anterior y agrega que de acuerdo con la ENSANUT en México cerca de 80 millones de adultos tienen sobrepeso u obesidad, mientras que la prevalencia de esta enfermedad ha crecido casi 58% en los últimos 23 años.
Actualmente el país ocupa el quinto lugar en el mundo en obesidad, lo que la convierte en un problema urgente de salud pública.
“Los sistemas han fallado, no es culpa del individuo”, es el mensaje que la WOF definió este año para el 4 de marzo, Día Mundial de la Obesidad.
Factores como el acceso limitado a tratamientos, políticas de salud insuficientes y falta de regulación sobre información de tratamientos efectivos han perpetuado la crisis, expone Barquera. “Es momento de dejar de culpar a las personas y dirigir la atención hacia los cambios estructurales necesarios para combatir esta enfermedad de manera integral”, resalta.
Evitar la automedicación
Los criterios actuales para diagnosticar la obesidad no son una medida fiable de salud o enfermedad a nivel individual. En este sentido, el doctor Ricardo Luna, miembro comisionado en Lancet para la Definición y Criterios Diagnósticos de Obesidad Clínica, dice que considerar únicamente el Índice de Masa Corporal (IMC) puede llevar a una evaluación incorrecta del exceso de grasa corporal y por lo tanto a tratamientos inadecuados, afectando tanto a quienes viven con obesidad como a la sociedad.
“La obesidad no es una condición homogénea; por lo tanto, se requiere de un enfoque personalizado. Mientras algunos pacientes solo requieren cambios en el estilo de vida, otros pueden necesitar medicamentos, cirugías u otras intervenciones”, señala el especialista.
También refiere que la automedicación es otro reto en el contexto actual, que ha llevado a muchas personas a recurrir a soluciones riesgosas sin supervisión médica. Por ello, es fundamental no dejarse llevar por tendencias en redes sociales o soluciones que prometen resultados rápidos sin evidencia o con baja experiencia científica, sobre todo en la seguridad.
La salud no debe ponerse en juego con recomendaciones genéricas o automedicación. Consultar a un profesional de la salud serio y comprometido con la obesidad, no solo con las comorbilidades asociadas (prediabetes, diabetes mellitus, hipertensión arterial sistémica, entre otras), es la única manera de recibir un tratamiento seguro, efectivo y accesible, adaptado a las necesidades de cada persona.
Añade que las autoridades sanitarias deben hacer un análisis de las nuevas opciones terapéuticas para regular su prescripción de forma más firme evitando la automedicación por estética.
El médico es el único profesional capacitado para evaluar los riesgos y definir el tratamiento adecuado para cada paciente con obesidad. La automedicación, especialmente con fármacos no indicados por un profesional, puede tener consecuencias graves, sobre todo en personas con enfermedades metabólicas, renales o cardiacas.
Atención individualizada
Las guías de tratamiento deben ser una herramienta de apoyo, no una camisa de fuerza. “El verdadero desafío radica en combinarlas con un enfoque clínico personalizado, donde cada paciente reciba la atención que realmente necesita, sin caer en tratamientos rígidos y poco accesibles”, afirma Luna. Para lograrlo se requiere una capacitación integral y continua de los profesionales de la salud.
De igual forma el doctor Valentín Sánchez, presidente del Colegio de Endocrinólogos de México, indica que se debe “garantizar el acceso a información confiable, tratamientos adecuados y asequibles; y una atención médica de calidad es fundamental para frenar esta crisis de salud. Solo a través de un enfoque integral con base en la prevención, el tratamiento oportuno y una regulación adecuada se podrá generar un impacto real en la vida de millones de personas”.
Para avanzar hacia un futuro más saludable es esencial introducir una formación integral en obesidad en los planes de estudio de medicina, enfermería y nutrición, así como generar programas de capacitación continua para los médicos de primer contacto, enfocados en un abordaje integral y libre de estigma, sin conflicto de interés.
Barquera, uno de los principales promotores de las medidas para hacer frente a la epidemia de sobrepeso y obesidad que afecta a más de 70% de los adultos en México, resalta por su lado que ya existe evidencia sobre los beneficios del etiquetado frontal de alimentos y bebidas en la salud de las personas.
Explica que los niveles de triglicéridos han disminuido, de acuerdo con las encuestas nacionales de salud y nutrición realizadas antes y después de octubre de 2020, cuando entró en vigor el etiquetado frontal. Los triglicéridos se alteran por el consumo excesivo de azúcar, sobre todo en refrescos y jugos.
Además de su impacto en la salud, la obesidad genera una fuerte carga económica al representar aproximadamente 6% del Producto Interno Bruto (PIB) de México debido a costos médicos y baja productividad. Por ello, es fundamental implementar medidas en la rutina diaria para prevenir la obesidad, como mantener una alimentación balanceada, reducir el consumo de grasas saturadas y azúcares, evitar ayunos prolongados y mantener horarios regulares de comida.
La obesidad es prevenible y tratable, pero requiere un compromiso conjunto de la sociedad y el sector salud. Es importante implementar cambios en el estilo de vida para reducir el impacto de la enfermedad en la población realizando un mínimo de 150 minutos de actividad física a la semana, consumir abundante agua y disminuir la ingesta de bebidas azucaradas y alcohólicas, concluyen los especialistas.