Después de más de dos décadas de uso ineficiente e indiscriminado de fertilizantes y en un contexto mundial de gravedad que amenaza el abasto alimentario del país en el futuro inmediato, el gobierno de la Cuarta Transformación debe contar, al menos, con una alternativa de producción agrícola, que se traduzca en una política pública que impulse el uso de biofertilizantes y otras prácticas para evitar o mitigar el tan anunciado desplome de la producción de alimentos.
Mientras que el gobierno de los Estados Unidos convocó a los sectores a buscar alternativas innovadoras a los fertilizantes, en México hay una inacción, por lo que los poderes Ejecutivo y Legislativo deben actuar de inmediato y en forma anticipada para evitar una crisis alimentaria en el país.
Lo más lamentable es que siendo México uno de los pioneros en el mundo de la investigación y desarrollo en el tema de los biofertilizantes, hoy no hay una política pública que impulse de manera contundente esta alternativa que hoy más que nunca requiere el país, manifestó el analista Marcel Morales Ibarra.
En el contexto actual, reflexionó, hablar de los fertilizantes significa hablar de altos costos. Esto se ha agudizado que en las últimas semanas a consecuencia del conflicto bélico Rusia-Ucrania, donde está la zona más importante de abasto de fertilizantes del mundo. Pero, acota, el encarecimiento de los fertilizantes es un proceso continuo que ya acumula más de dos décadas. Tan sólo del 2000 al 2018, el precio de los fertilizantes se multiplicó por cuatro; por ejemplo, el caso de la urea pasó de 2 mil pesos por tonelada a más de 8 mil.
Con este encarecimiento, los fertilizantes son hoy el concepto más caro en la estructura de costos de la producción agrícola. En maíz, por ejemplo, este insumo pasó de representar de 10-12% a un 40-42% de los costos de producción. Esta participación se disparó en los últimos meses, ya que el precio de los fertilizantes se incrementó del 100 al 200%.
Morales Ibarra, también director de Biofábrica Siglo XXI, añade que el problema que representan los fertilizantes convencionales no sólo es su alto precio, sino que hablamos del insumo más ineficiente, el menos aprovechado y el que más se desperdicia. Su eficiencia, es decir, su aprovechamiento por la planta, apenas es del 20-30%, como promedio nacional; es decir, entre 70 y 80% del insumo más caro se desperdicia, encareciendo desmesuradamente los productos agrícolas. Cuando inició el uso de fertilizantes, a finales de los años sesenta principio de los setenta, su nivel de eficiencia era del 80-90%.
“Lo paradójico –enfatiza-- es que esta alta ineficiencia es producto de la degradación y esterilidad de los suelos que el mismo fertilizante ha generado en las últimas décadas”.
A los problema de los fertilizantes habrá que añadir que se trata del insumo más contaminante del suelo, agua y atmósfera, lo cual genera una larga cadena de daños ambientales. En el proceso de producción, distribución, hasta su aplicación, por cada kilo de nitrógeno que aplicamos al suelo, se emiten 12 kilos de CO2 a la atmósfera, detalla Morales Ibarra.
“Los más absurdo de todo es que con esta cauda de efectos negativos que durante décadas vienen generando los fertilizantes no se hayan tomado acciones al respecto, aun cuando hay evidentes alternativas, viables y deseables, como es el caso de los biofertilizantes que, incluso, sin eliminar el uso de los fertilizantes químicos incrementan la eficiencia de éstos en 100 o 200%, permitiendo su disminución hasta en 50% sin demérito de la producción; por el contrario con incrementos en rendimientos”.
Los biofertilizantes, además subraya el experto, no contaminan, ayudan al control de enfermedades y plagas y son regeneradores del suelo, al mejorar sus características físicas, químicas y biológicas, que se traducen en productividad.
Recuerda que en 1980 la UNAM fundó “el Centro de Investigación de Fijación de Nitrógeno”, base de la biofertilización. Entre 1999 y 2000, la entonces Sagarpa realizó un convenio con esta institución para difundir en el país el uso de los biofertilizantes, llegando a difundir su uso en más de 2 millones de hectáreas en diversos cultivos. INIFAP y la UNAM realizaron evaluaciones, las cuales fueron muy estimulantes. Con el cambio de gobierno en el año 2000, llega una nueva administración en la Sagarpa y el programa de biofertilización fue de los primeros en desaparecer.
“Ante el contexto actual, es momento de que el gobierno federal mire estas alternativas ya probadas, que pueden contribuir a evitar una crisis alimentaria”, expresa Marcel Morales.